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CON VIENTO FRESCO

León, cuna del parlamentarismo

Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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Lo novedoso de aquella Curia Regia de 1188 en León, lo que la convierte en el precedente de las Cortes y, por tanto, del parlamentarismo europeo que hasta ahora se creía iniciado por la Carta Magna inglesa de 1215, fue la presencia de representantes del pueblo leonés elegidos por las ciudades. No sólo la presencia del estado llano, algo que ya había ocurrido en León unos años antes, en 1170 en tiempos de Fernando II, sino la elección de representantes para asistir a ella. En aquella ocasión, el rey Alfonso IX, a su séquito de magnates, seglares y eclesiásticos, es decir, a la Curia Regia que le asesoraba en la gobernabilidad del reino, añadiría ciudadanos elegidos de algunas ciudades: «Cum electis civibus ex singulis civitatibus», dice expresivamente el texto. Esto es lo que ha reconocido la Unesco la pasada semana, al incluir los Decreta de León de 1188 en el registro Memoria del Mundo.

Es probable que la razón de esta presencia fuera la debilidad de la monarquía, y que Alfonso IX recabase el apoyo popular en los inicios de su reinado, como sostienen algunos historiadores del Derecho; pero también era el nuevo espíritu de la época, que iba calando en la sociedad medieval; espíritu que se resume en la máxima: «Lo que toca a todos debe de ser aprobado por todos». Lo que atañe a todos (quod omnes tangit) era algo que se hacía necesario defender, porque las ciudades se estaban convirtiendo en centros económicos muy importantes y, por ello, sus habitantes, los burgueses que controlaban los concejos, querían estar presentes en el reparto del poder. Los monarcas, a su vez, necesitaban el dinero de esas ciudades para llevar a cabo su política de expansión territorial y hacer frente al agobio financiero del Estado. La presencia regular de representantes ciudadanos en la Curia Regia es lo que transforma esta en las Cortes.

No pretendo analizar el curso histórico de esta institución, tan vapuleada después, sino volver sobre el mencionado principio del que estamos asistiendo en nuestros días a su liquidación; por eso hay tanta desafección hacia la política y los políticos. No digo que en nuestra época no haya parlamentos elegidos, aunque los mecanismos de participación son poco democráticos porque el Estado de partidos lo invade todo. Lo que digo que es que hay una sensación general de que las cuestiones fundamentales, aquellas de las que depende la calidad de nuestra vida, ya no son cosa de todos, sino sólo de algunos. Nos imponen cada vez más impuestos, saquean nuestros ahorros con una ingeniería financiera oscurantista, perdemos derechos y servicios sociales. Lo peor es que cada vez contamos menos, sólo elegimos cada cuatro años a partidos que, en el fondo, defienden lo mismo. ¡Memoria del Mundo en un mundo desmemoriado!

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