Diario de León
León

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El final de León no empezó anteayer, ni con el Bundesbank y el euríbor. Viene de lejos, con lo que estos parámetros apocalípticos que acojonan al personal por otros parajes de Iberia aquí no mueven ni a acudir al médico de cabecera; inmunes al dolor del ocaso, agotamos en las farmacias el jarabe del dolor propio, y la población se lanzó después por las pastillas de me la refanfinfla, para dejar de sufrir por el entorno decadente y decrépito. No hay esquina donde arrojar las penas; si acaso el regazo de la globalización, que nos ofrece el aerostático de Google para acceder a Internet donde no llega la banda ancha de la Junta, y así seguir en directo las exequias de nuestro propio funeral, y otros alientos que no pasan de placebos que auguran que, en breve, China, con lo que es China, va a importar el sistema de transporte a la demanda que ha dado pasaporte a la despoblación de la provincia con la misma suavidad que Rajoy empleó para cepillarse medio León. Qué son pues tres mil ochocientos treinta y dos sufridores menos en la estadística del INE, que suena a erótico y ya facturaba cadáveres con la transición en pañales; qué le van a decir a los leoneses de involución democrática cuando no han votado ni su propio estatuto de autonomía; qué de la industria, que olió a aceite por última vez al tiempo que Solbes apostó por Andalucía; qué de futuro para jóvenes, que cargan desde el Mundial 82 autocares como ganado los trenes en busca de una Pampa donde comer. Qué van a contar del empleo a una tierra que encabeza desde hace tres décadas la tasa más baja de actividad al sur de Pirineos. Mientras otros comían del estado del bienestar aquí se experimentó el bienestar del Estado. Cuando la moda de la recesión se extendió por España, en León se licenciaba la séptima promoción de cómo pasarlas canutas y no morir en el intento. Pioneros hasta en la lucha contra los manguis, es el primer lugar en la piel de toro en el que caen los delitos de robo en casa habitada; el INE, otra vez, ofrece detalles que tienen poco que ver con la eficiencia policial. Camino del final, que empezó antes de Zapatero, antes de Aznar, Morano y Lucas, Melendi regala hoy un rato de abstracción. No todos los conciertos sufrieron el mismo destino funesto que aquel que sostuvo en pie el ferrocarril. Melódicos, al Consorcio. Que igual interpreta el chacachá del tren y, sin quererlo, habrán mentado la bicha.

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