Diario de León
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manuel alcántara
León

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AJuan Español, que es nuestro nombre colectivo, no le quita el sueño, ni tampoco se lo añade, quedarse una noche sin dormir. Ayer se congregó frente a mi casa, que si fuera más grande les habría ofrecido hospitalidad a todos.

Los dioses mediterráneos celebran la luna y las fogatas porque es su manera de advertirnos de que el presente es una poderosa divinidad que reaparece llamándose de otra manera, pero que siempre es la misma.

Los displicentes dioses me han venido librando siempre de la envidia y el tedio, pero lamenté a cuatro pasos de la orilla no mojarme los pies en su misma alegría. Además estoy ‘colgado de ayer’, que es el nombre que le dan a la resaca en algunos países a los que llamábamos hispanoamericanos.

En mi diario y vano intento de aplicarle a cada cosa su preciso nombre, no me refiero al movimiento en retroceso de las olas que llegan al mismo tiempo que se van, sino al malestar que sentimos por la mañana quienes hemos bebido la noche anterior con exceso, o sea, un poco más de lo suficiente.

España entera, si es que está entera, sufre esa modalidad de la resaca que llamamos protesta. En muchas ocasiones se expresa en términos muy distantes de la buena educación, ya que lo cortés no quita lo imprudente.

Abuchear se ha convertido en una moda, pero dista mucho de ser una de las posibilidades más expresivas del dominio del lenguaje.

Depende más de los decibelios que de la razón, pero hay que reconocer que tiene más fuerza persuasiva que elocuencia.

La protesta se ha convertido en un idioma. Una especie de esperanza en la que todos se entienden sin equívocos posibles. Los subditos del reino de Cervantes hemos transformado algunos pecados capitales en pecados provinciales. Llamamos «envidiable» a una situación y «soberbio» a un plato bien elaborado. No nos entendemos ni cuando hablamos ni cuando estamos callados, pero el silencio es más amenazante que los discursos.

La resaca va por dentro y a los mítines ya no va casi nadie.

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