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León

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Lo confieso: así de primeras, sólo sé ubicar un puñado de calles. De segundas, ya algunas más. Dado que no soy taxista, no me preocupa en exceso, pues cada mañana le pregunto a mi mujer y ella me lo explica para foráneos. El otro día tuve que ir a la calle Ramiro Valbuena, afamado autor leonés de «El darwinismo en solfa». He estado mil veces, claro, pero llegada la hora de la ubicación... todo se me volvió dilema hamletiano y mi mujer no estaba localizable para socorrerme. Quienes tenemos problemas con el callejero nos da vergüenza que se sepa, pues se presta a cierta sorna. Por fin, topé con un conocido de confianza, el editor Joaquín Alegre. «¡A bueno has ido a preguntar, no tengo ni idea!», y es que nuestros secretos rara vez son una exclusiva de la casa. Somos muchos, pero discretos. Me sugirió que se lo preguntase al Procurador del Común, Javier Amoedo, que pasaba por allí. «Ni hablar, para que me suelte eso de parece mentira, Aguirre, toda la vida en León y no sabes...», le argumenté con amor propio. Lo entendió, a ver. Descarté también preguntárselo a un caballero barbudo, a una señora con abanico y a un grupo de japoneses. Además, uno se impone llegar siempre con puntualidad británica, la única posible.

Por fin, di con el desconocido apropiado para preguntarle por tan conocida rúa, sin que mi pregunta —deduje— le hiciese levantar el entrecejo: un cartero. No era de mi zona, luego mi desconocimiento quedaría protegido por el anonimato. Ya, ya. Antes de responder, clamó con indignación local y muchos decibelios: «¡Me cago en diez, Aguirre... toda la vida en León y aún no sabes dónde queda la calle Ramiro Valbuena». Lo mismo que me temí que me reprochase el Procurador del Común, más una exclamación castiza. Al columnista su foto le ficha, como a Billy The Kid el cartel pegado en el poste. Otros, en cambio, el problema lo tienen con sus regresos. Ulises tardó diez años en retornar a Ítaca, dando tumbos por la mitología del equívoco. Con la crisis andamos mucho más desorientados, pero saldremos de ella. Preguntando y respondiendo se llega a Roma, incluso a la calle Ramiro Valbuena. Y, si el tiempo y la autoridad no lo impiden, con puntualidad británica. Of course.

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