Diario de León

TRIBUNA

Sea estafa o no lo sea, la cosa está muy fea

Publicado por
José Luis Gavilanes Laso escritor
León

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Salgo al paso de la reciente entrevista realizada a Luis José Rodríguez Alfayate, elegido presidente nacional del sindicato Csica que agrupa a 22.000 afiliados procedentes de las antiguas cajas de ahorro, en lo que respecta a su afirmación de que no ha habido estafa en el asunto de las preferentes.

Conviene, en primer lugar, centrarnos en« el origen y significación del vocablo «estafa», para inmediatamente ver si es aplicable a esta especie de terremoto financiero que ha damnificado a miles de preferencistas. Opción filológica preferible a extraviarnos sin remedio en la intricada selva de triquiñuelas legalistas.

Con relación a su etimología y significación, según Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, la palabra en cuestión puede tener tres orígenes. Lo más probable es que proceda del italiano staffa (estribo). «Andar a la estafa» es andar pegado al estribo, único origen reconocido por Joan Corominas en su Breve diccionario etimológico de la lengua española. Y «estafar» es el equivalente a «engañar», porque en la operación de poner el pie en el estribo, puede que por salirse de él esté el caballero en peligro de caer. Así, quien saca el pie del estribo, es equivalente al que resulta engañado, en peligro de quedar «en vago o burlado». Estafar viene a significar, por ende, lo mismo que «timar», esto es, pedir con engaño dinero a otro con intención de no devolverlo. A la procedencia italiana, añade Cavarrubias origen griego en la palabra staphis (uva pasa), «porque el que engaña a otro le deja como la uva estrujada, llevándole la sustancia». Por último cabe también la posibilidad de que tenga que ver con el término hebreo tafar (coser), que con la partícula «se», puede significar lo contrario, que es descoser: «el que roba a otro, especialmente el salteador que le devora hasta la suela de los zapatos, para buscar donde lleva el dinero». De modo que en toda estafa tenemos un ingrediente fijo y otro generalmente asociado: engaño y dinero. El engaño lo relaciona Cavarrubias con la palabra ganeum, que es como el bodegón o taberna secreta donde te dan gato por liebre. Y ya advertía este capellán de Felipe II y primer autor de un diccionario de uso de nuestra lengua, que a quien es más fácil engañar es al ingenuo que tiene codicia de una cosa y da por ella más de lo que vale. Pero también hay que advertir que existe delito de estafa aun cuando la víctima haya querido obtener un lucro ilícito, como pudiera ser el caso del «timo de la estampita». Sea la fuente en el estribo, la uva pasa o el descoser, el estafador actúa como el timador, quitando a otro el dinero mediante engaño, mala fe, perjuicio o cautelosa trampa con que se pretende defraudar. Por lo tanto, en toda estafa hay un delito de apropiación patrimonial y, como dice Ortega en La rebelión de las masas, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad

Con el propósito de defender a sus compañeros, simples trabajadores de las cajas emisoras de preferentes, el Sr. Alfayate, echa el veneno de la culpa al Banco de España y a la CNMV(Comisión Nacional del Mercado de Valores), por ser las preferentes un producto legal aprobado por ellas y por los consejos de Administración. Por lo tanto, sus representados están libres de culpa y los preferencistas se equivocan, según él, al pedir ayuda a los políticos que son los que dieron vía libre a este producto. Claro que es indiscutible que hay una fuerte responsabilidad de los políticos y las entidades supervisoras como el Banco de España, la CNMV y los consejeros de economía de las comunidades autónomas, que deberían ser juzgados por ello si estuviésemos en una verdadera democracia y un funcionamiento ecuánime de la justicia. Pero no se puede minimizar la responsabilidad de los ingenieros del producto. A mí no me cabe ninguna duda que lo fraguaron con cierta mala fe, con el propósito de obtener unos fondos que, diciendo la verdad al cliente ahorrador en cuanto a la situación financiera de la entidad y respecto al riesgo que corrían sus dineros, no se hubiera conseguido. El hecho es comparable a la situación de robo por unos atracadores en una joyería con la policía al lado que se inhibe para impedirlo. Evidentemente los policías son responsables por desentenderse de sus obligaciones, como sería detener a los atracadores, pero ello no exime que sean estos últimos los principales responsables del daño. A cada uno, según sus responsabilidades. Incluidos los propios preferentistas, obligados, por lo menos, a desconfiar de las dulces palabras con que suele enmascararse el engaño y la mentira. Como decía Araguren, en todas las tiranías hay una parte de culpa, mucha o poca, del lado de los tiranizados. Pero es obvio que la estafa, tal y como la hemos concebido, está principalmente en los artistas del ingenio, quienes deberían confesar adonde ha ido a parar todo el capital generado por las preferentes y deuda subordinada, «sustancia» ahora fuertemente devaluada como exigencia a la ayuda monetaria del FROB recibida por las cajas. Nadie debe irse de rositas. Incluidos también los agentes o colocadores del producto, que han tenido un papel corresponsable, debiendo confesar las presiones que recibieron de parte de los directivos, y si realmente decían la verdad a los clientes advirtiéndoles del peligro que corrían sus ahorros depositados sin ánimo de inversión.

Otra especie divulgada contra los preferentistas es que la mayoría de éstos eran conscientes del riesgo que contraían, y que, por tanto, sólo al 10% se les puede considerar como ignorantes. Esto es una burda mentira sin duda lanzada al aire por los más interesados en aventar sus propias responsabilidades. ¿Que pensaría, no el «avaricioso» preferentista, sino el prudente ahorrador que colocó su dinero en un depósito a plazo fijo con la garantía de Estado, si el día menos pensado, presionado por las circunstancias de quiebra de la entidad emisora, el gobierno de ese Estado, en una más de sus ya incontables mentiras económicas, emite por sorpresa un decreto eliminando la garantía? Pues, seguramente hablaríamos también de estafa. ¿O, no? Preguntémoselo a los chipriotas y así saldremos de dudas.

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