Diario de León

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El conflicto, otro conflicto, con Gibraltar centró la semana política española, sacudida también por avatares económicos y por esos incendios al parecer imparables que cada verano devastan nuestro territorio. No faltan quienes creen que la posición de dureza esgrimida desde Madrid tiene un componente de distracción de la opinión pública ante la convocatoria, para la semana entrante, de la secretaria general del PP y de uno de sus antecesores, Javier Arenas, a declarar ante el juez Ruz como testigos del caso Bárcenas; puede que así sea, pero lo cierto es que la firmeza desplegada por España a la hora de restringir el paso hacia y desde el Peñón amenaza con provocar un conflicto diplomático con Londres, para no hablar del empeoramiento de las relaciones con los habitantes de la última colonia existente en Europa.

¿Tiene razón el Gobierno español con este endurecimiento? Son muchas la consideraciones que podrán, y deben, hacerse. Tras su despacho con el Rey en Marivent, Mariano Rajoy ratificaba la permanencia de esta política, de la que ahora, tras su conversación telefónica con el ‘premier’ Cameron, donde ambas partes se expresaron «con franqueza», no puede ya abdicar. No, al menos, mientras los barcos de guerra de la Royal Navy pululen por la zona, por mucho que ambas partes digan ahora que esta excursión de diez buques salidos de Portsmouth era conocida de antemano por las autoridades españolas y forma parte de unas «maniobras tácticas normales». Es la normalidad apoyada en los cañones, y la prensa británica, cierta prensa británica, que tampoco es que haya echado las campanas al vuelo con esta noticia, no ha dejado olvidar que alguno de los diez buques que este lunes zarpan hacia Rota y Gibraltar ya estuvo en aquellas maniobras sangrientas en Las Malvinas.

Por otro lado, Londres no ha hecho nada para impedir, más bien al contrario, los desmanes de los gibraltareños atentando contra el medio ambiente y los legítimos intereses de los pescadores españoles en una zona marítima que en absoluto pertenece a los habitantes de un Peñón convertido en cueva de negociantes e intermediarios sin demasiados escrúpulos. Algo que la UE no quiere ver, temerosa quizá de aumentar ese sentimiento antieuropeo patente en los comentarios de los lectores en la prensa digital británica, claramente dominada por sentimientos hostiles hacia España, lo que, por otro lado, tampoco es demasiado raro en la época estival en la que muchos ciudadanos del Reino Unido vienen a pasar sus vacaciones en el litoral español.

Quizá, más allá o más acá de posibles maniobras de distracción ante otros temas nacionales, haya llegado el momento de abordar en serio, y sin concesiones innecesarias ni comisiones negociadoras dilatorias, ese tema que es una herida en el orgullo nacional que es Gibraltar. Otro quebradero de cabeza, por si tuviese pocos, para el hombre solitario y meditabundo.

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