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Publicado por
antonio papell
León

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La compra de The Washington Post por Jeff Bezos, el fundador y propietario de Amazon, a cambio de 250 millones de dólares, el 1% de su fortuna, representa sin duda la mejor reproducción plástica de la coyuntura por la que pasa el periodismo tradicional en todo el mundo. Los grandes medios, incluso los que han influido decisivamente en el mantenimiento y en el buen funcionamiento de los regímenes democráticos occidentales, se están encontrando con grandes problemas materiales de supervivencia, que no será posible si no se someten a una profunda innovación. Y los representantes destacados de la nueva economía toman el control de la vieja prensa, seducidos por su prestigio y su influencia.

La prensa escrita de nuestros países ha llevado a cabo, ciertamente y con la mejor voluntad, profundos cambios estructurales y materiales para adaptarse a los nuevos tiempos, al espacio virtual e ilimitado de internet, a los dictados de la información continua, pero en general lo ha hecho tratando de preservar su identidad, de eludir el fondo de la transformación que se les reclama.

La gran mayoría de los medios se han dedicado a hacer algunas incursiones en lo digital, pero intentando proteger su negocio de toda la vida. Y progresivamente, han ido viendo como el cambio de hábitos de los clientes les iba dejando sin negocio en los dos epígrafes fundamentales: la venta de ejemplares en el quiosco y la comercialización de publicidad».

Probablemente, la solución correcta de este problema no puedan darla los especialistas en lo viejo , los abnegados impulsores del prestigioso e influyente —todavía— periodismo convencional, cuyas potencialidades son codiciadas por los triunfadores en el campo de lo que se ha llamado la «innovación disruptiva» —la innovación que crea un nuevo mercado en la red—: son éstos, y en concreto uno de sus más eximios representantes como Bezos, los que deberán casar la oferta informativa y opinativa de un gran periódico con la demanda existente y con los soportes de intermediación adecuados.

El conflicto que puede surgir es de valores: los libreros norteamericanos, prematuramente afectados por la hegemonía de Amazon, se lamentan de que ellos son recaudadores de impuestos —el equivalente al IVA— con los que se construyen escuelas, carreteras y hospitales, mientras Amazon elude sistemáticamente el pago de tributos mediante todas las marrullerías que aprovechan los resquicios de la globalización. Y si esto es así, ¿cómo podremos confiar en que el nuevo The Washington Post mantenga los sólidos principios cívicos que han estado en la base de su credibilidad? Es cierto que Bezos han comprado el periódico con su fortuna personal, al margen de Amazon, pero ésta no es suficiente garantía. Al cabo, la convalidación de la compra deberán darla los lectores del venerable rotativo. Mientras tanto, habrá que recibir al intruso con resignación y esperanza.

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