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jaime lobo asenjo ex senador por león
León

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Ahora que está en «ascuas» el contencioso sobre Gibraltar, con amenaza naval incluida, parece como si se quisiera regresar a la vieja diplomacia de «las cañoneras». No creo que esté de más, que aun por sabidas, recordemos algunas cosas.

Lo primero que debe quedar meridianamente claro es que Inglaterra, mejor aún, el Imperio Británico, se queda con el Peñón en un acto de rapiña, en un acto de flagrante piratería. En términos jurídicos la acción debe considerarse como un robo, ya que el Imperio Británico no estaba en guerra con España. La sucesión al trono de España, tras la muerte de Carlos II, nos sumió en una guerra civil. La Francia de Luis XIV apoyaba como rey a su nieto Felipe V frente al también aspirante al trono, el archiduque Carlos de Austria, apoyado por sus aliados Holanda e Inglaterra, «vieja zorra», aprovecha la ambigüedad del conflicto para quedarse, a lo que parece para siempre, en el estatégico enclave de Gibraltar.

No estaba en guerra con España, simplemente, era aliada de una de las partes pretendientes al trono y en este contexto, en agosto de 1704, hace ahora un poco más de 300 años, una fuerza combinada anglo-holandesa ataca la plaza de Gibraltar, que hasta esa fecha había sido una ciudad española más, rindiéndose el comandate español, don Diego de Salinas. Hasta ahí la situación sería entendible en el curso de una guerra, pero lo que resultó intolerable desde el punto de vista del Derecho Internacional, fue que el almirante ingles Rooke tomara Gibraltar en nombre de la reina Ana, dado que España, como hemos dicho, no se hallaba en guerra con Ingaterra y la intervención militar inglesa solo defendía los derechos al trono español de uno de los pretendientes, por lo que repetimos, su acción solo puede considerarse como un acto de piratería contrario a todas las leyes de la moral y del honor. Lo cierto es, que tres siglos despues, El Peñón sigue siendo una herida abierta, una espina en la carne de España. Es el recuerdo permanente del alto precio pagado en el Tratado de Utrech para afianzar en el trono a Felipe V, y para que el Imperio Britanico añadiera una colonia más, la de Gibraltar, a su vasto imperio.

Decía al principio que el envío en estos días de una importante flota inglesa a Rota o Gibraltar, da lo mismo, no puede por menos que traernos a la memoria lo que se ha dado en llamar «diplomacia cañonera», en ingles gumboat diplomacy , política que consiste en resolver mediante la intimidación por la demostración o despliegue de fuerzas navales, de algún objetivo de política exterior, abundantemente utilizada en el siglo XIX y principios del XX por el imperialismo inglés, sin olvidarnos de los USA. Recordamos a vuela pluma el bloqueo al puerto griego del Pireo en 1850, o el del Río de la Plata en Argentina o en Zanzibar en 1896, o en 1902 el bloqueo a Venezuela, siendo la guinda de esta «política», la llamada «guerra del opio», desatada por la reina Victoria contra China, por la que al final los ingleses se quedan con la isla de Hong Kong.

Es mi opinión, a estas alturas de la historia la «política de cañoneras», como la desplegada estos días por Inglaterra, resulta más ridícula que intimidatoria y frente a este arrogante e inamistoso gesto, el Gobierno de España hace bien en no entrar al trapo de la provocación, y persistir en la defensa de sus legítimos intereses, apoyados en las razones históricas, políticas y legales que nos asisten.