Diario de León
León

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Fue santo y mártir, Bartolomé, que le dio nombre a uno de los pueblos que ocupa el sanedrín de la quintaesencia de esta provincia, martirizada con saña, como aquel apóstol de Cristo. Ninguno de los títulos de crédito que jalonan las carreteras, sendas y senderos de León son gratuitos. En tres días se conmemora a San Bartolo, el bueno, secular y milenario, no el advenedizo que formuló el junio una conocida de marca de bebida acarbonatada de Atlanta (United States) que nada tiene que ver con la autenticidad de la marca que anuncia que usted ha llegado al corazón del Valdellorma. San Bartolo debería haberse declarado de interés general por persistente que ha sido su ejemplo de supervivencia, abocado al declive del olvido del desarrollo, condenado paraíso compatible con la vida e incompatible con vivir; con la sanidad a más de veinte kilómetros, los colegios en casa dios, el bienestar inaccesible. Dicen San Bartolo y podían decir León entero, deshilachado desde principios de los años 80, cuando los políticos ajustaron una guillotina lenta, alevosa, sanguinaria. Como en los naufragios, primero los niños; se acabó el bullicio de las tardes, y al ocaso no surtió más que el grito del cárabo y la meata, que congelan el aliento de los vivos. Así se fraguó la condena a San Bartolo, la misma que mandó a León al borde de un vertedero en un proceso sumarísimo del que parece que no hay billete de vuelta. San Bartolo es una esencia de la que han salido abogados, médicos, economistas, brillantes empresarios, vecinos ejemplares, superviviente por leoneses, leales por la tierra de los padres que limitó entre la mina y el centeno, los rebaños y la leña. Lo retrata Jesús Ferreras Valladares en el Silencio de los Carros con igual precisión que el Vulcano de Velázquez, y reparte patronazgo en un puñado de localidades, fieles al martirio del santo que atestiguó el paso por el Tiberiades; de Villafruela a Caboalles, de Cimanes a Los Bayos y el Valle de Finolledo. San Bartolo, mártir, acabó desollado por no renunciar a los principios; prueba de que en León la toponimia no atiende a caprichos, como los cargos de los políticos, que en treinta años de desgaste y desprecio no han sido capaces de evitar que cada 24 de agosto se encienda una bombilla que más que luz da esperanza; sólo por ese ejemplo, San Bartolo debería ser patrón de esta tierra, al borde de un ataque de nervios, superviviente por los siglos de los siglos.

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