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LA 5.ª ESQUINA

El remolque de Juan, el de Ramonita

Publicado por
JESÚS Á. COUREL
León

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Amedia tarde, cuando los sopores de la comida nos tenían a todos bajo la modorra de la siesta, dos jóvenes entraron en casa. Ni siquiera les hizo falta tirar del cordel, porque la puerta estaba abierta. De forma precipitada (aún les quedaba tarea por hacer), nos dijeron que si aportábamos quince euros cada vecino, por la noche vendría un imitador de Julio Iglesias. Añadieron, ante nuestro estupor, que era muy bueno y que daría dos pases, uno a las nueve y otro de once a doce de la noche. Como este año no había presupuesto para una orquesta (modesta, claro está), era una solución aceptable para evitar que las fiestas de la Asunción, en La Chana de Borrenes, quedara sin la popular verbena de la plaza de la Moral, junto a la vetusta piedra de los bolos.

La falta de dinero no impidió que los más jóvenes hicieran un cartel casero que anunciaba el programa de festejos para los días 15 y 16 de agosto. Por la mañana, misa con procesión corta, donde se portaban las imágenes de san Roque (cuyas uvas se trajeron del supermercado) y la Virgen, que apunto estuvo de irse al suelo, quien sabe si por la carcoma. Por la tarde, bolos tradicionales en la plaza y partido de fútbol entre Chana y Borrenes. Por la noche, verbena, sin precisar artista o grupo musical. Al día siguiente, la procesión grande por todo el pueblo y luego baile vermú, amenizado por un pinchadiscos de la localidad, Borja, que lo hacía gratis porque no sacó el título de dijey como Paquirrín (ni falta que le hace).

Alguien preguntó a las jóvenes si había escenario para el cantante, respondiendo una de ellas que lo haría en el remolque de Juanín, el de Ramonita y que ya estaba colocado en la plaza. Los allí reunidos les dimos el dinero y santas pascuas.

En la verbena el imitador de Julio Iglesias cumplió como un truhán y como un señor. Quizá algún nostálgico echó en falta un tema de Georgie Dann en el repertorio o que Gregorio subiera al remolque a cantar El rey , como otros años, pero jóvenes y mayores estuvimos en la plaza hasta que nos abandonaron las fuerzas, gracias a Borja que nos hizo bailar hasta las cuatro de la madrugada. Unos trajeron orujo para hacer una queimada y otros una pota de chocolate que, a última hora, ayudó a reponer fuerzas para ir a la cama. Y antes de dormir, alguno hizo sonar las campanas. Luego echaron dos petardos. Lejos, se oyeron los ladridos de un perro que es sordo y se tira a los coches que pasan. Al fin, el silencio. La esquela del pueblo aún puede esperar, mientras abuelos y nietos sepan practicar el sentido colectivo de antaño, sin subvenciones ni tutelas concejiles... Había que hacer algo.

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