CUARTO CRECIENTE
Filantropías
Camino de noche por las calles de Villablino y me encuentro de golpe con un edificio cerrado. Un caserón enorme y oscuro detrás de un muro. Es la vieja casona de Sierra Pambley. Y la oscuridad que envuelve al inmueble del hombre que a finales del siglo XIX se empeñó en cubrir las carencias de la educación pública usando su fortuna personal contrasta con la iluminación del nuevo albergue Giner de los Ríos, justo al lado y recién estrenado por los alumnos de la colonia de verano de la Institución Libre de Enseñanza.
A Sierra Pambley le llamaban «el sembrador de escuelas» porque fue abriendo centros de educación por distintos puntos de la geografía leonesa. No les cuento nada que no sepan. Pero su casa, que debería albergar un museo etnográfico que no termina de arrancar por mucho que se lleve hablando de él desde hace dos décadas, está cerrada la mayor parte del año. Y no le sobran herramientas a Villablino —que se ha quedado sin parador nacional, que se está quedando sin mineros, que se quedará sólo con los cráteres de los cielos abiertos cuando se deje de extraer carbón, aunque sus montes tengan el título de Reserva de la Biosfera—, no le sobran herramientas, repito, para frenar la sangría de la despoblación.
La capital de Laciana, que casi ha perdido un tercio de sus habitantes en la última década —miren los censos oficiales— se asoma a un abismo de prejubilados, negocios cerrados, apatía y desánimo.
Un museo no va a cambiar nada. Pero un museo y un parador, y una estación de esquí tan cerca como la de Leitariegos, y una autovía con Asturias o el tren turísico minero, que languidecen en el cajón de los proyectos aparcados, y la vida cultural que promueve la Fundación Sierra Pambley, y el urogallo, que ya no se encuentra en cualquier parte, y el oso pardo, que siempre despierta la curiosidad de la gente, pueden, deben ayudar a invertir esa tendencia.
Se trata de sembrar un poco de ilusión, de poner en valor los instrumentos que tenemos. De diseñar un plan de actuación que evite que Villablino se vaya al carajo. Y de hacerlo ya. Sin esperar a que nazca otro filántropo con dinero, ilustrado y progresista, y dispuesto a sacarnos las castañas del fuego.