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Publicado por
jesús a. courel
León

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En este setiembre se cumplirán 50 años de la aparición de la revista «Claraboya», donde los escritores leoneses Luis Mateo Díez, Ángel Fierro, Agustín Delgado y José Antonio Llamas propiciaron una forma nueva de hacer poesía con la dosis justa de floritura estética y buenas rimas de compromiso y crítica con su tiempo de silencio. En aquel primer número, se preguntaban los poetas si los versos servían para que el ser humano se evadiese de los crímenes cometidos o para abrir camino en el corazón de un sistema injusto, dudando incluso que la poesía no fuera una «aberración» en si misma.

En la presentación no alardeaban de país, ya que la historia que se vivía entonces, mas que real era apócrifa y además sin gracia. La poesía, por extensión, también era inventada, falsa. Como ideal citaban unos versos de Goethe, glorificados por el filósofo Ortega, que decían: «Yo soy del linaje de aquellos, que del oscuro van hacia lo claro». Que sin ir tan lejos y sin ser menos listo por ser gallego, Celso Emilio Ferreiro recitaba, con su retranca particular, aconsejando a los jóvenes poetas a investigar la verdad de su tiempo y encontrar allí su poesía. La intención de este grupo poético fue la de recoger en sus versos claridad y capacidad para vivir los aconteceres del prójimo.

Claraboya duraría un lustro, hasta febrero de 1968. Un total de 19 revistas donde tendrían eco, desde versos de Sartre hasta la poesía cubana de vanguardia; todo a un precio de 20 pesetas ejemplar y editado en la imprenta de la Diputación provincial. No son duraderas las publicaciones de poesía en España, ni siquiera a bajo precio. Algo similar le sucedió a la revista «Alba», del villafranquino Ramón González—Alegre, cuya vida se extinguió poco tiempo antes, en 1956, tras 8 años de sufrida existencia. La poesía estará siempre abierta por defunción, «nutrida de las cenizas de todos los deseos», que escribiría Julián Riesco en el primer numero.

Lo definió con certeza Agustín Delgado, cuando juzgaba estéril al poeta «para la hora en la que vive, porque la gente no le sigue, avanza muy por detrás de él». La eficacia de los poetas la reciben los que nacen cuando él muere, no sus coetáneos, concluía mirando al cielo por la pequeña claraboya donde se elevan los pensamientos, mientras repetía que el poeta tenía que ser siempre humano, «con melancolía y a machamartillo».

En la página de internet de la Fundación saber.es, están digitalizados todos los números de esta histórica revista, donde pueden poner las manos sobre los poemas allí escritos para apreciar, como diría Agustín Delgado, si están calientes o fríos después de 50 años... Había que hacer algo.