Diario de León

CUARTO CRECIENTE

Rajoy y la ballena blanca

Ponferrada

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Imagínense que Rajoy es un arponero y la deuda pública una enorme ballena blanca a la que lleva persiguiendo dos años por los mares del mundo. Y que cada intento de caza sólo haya servido para alimentarla con los cuerpos de los desdichados marineros que componían la tripulación del ballenero.

En las tripas de la ballena se han quedado el cocinero de a bordo, el segundo oficial, el contramaestre y el sobrecargo, dos arponeros que aprendían el oficio y que pecaron de imprudentes, otros tres más veteranos, que se confiaron demasiado, cuatro grumetes, que apenas sabían lo que era el mar, seis remeros de brazos poderosos, el timonel del bote y hasta un gaviero que se subía a los masteleros para desplegar las velas del barco y que también participó en la cacería cuando la escabechina del leviatán diezmó a sus compañeros.

Así que tenemos una ballena que se ha hecho más grande y más fuerte, y que amenaza con devorar el bote donde el capitán Mariano ha decidido empuñar personalmente el arpón. Para colmo, un huracán llamado Bárcenas ronda la zona y Rajoy debe cazar a la bestia antes de que la tempestad le salpique.

Es un duelo de testarudos. La ballena blanca ha demostrado que es inteligente y rencorosa. Esquiva los arpones con facilidad y a la mínima ocasión se traga a los arponeros, a los remeros, a los grumetes, a los gavieros reconvertidos en remeros, al timonel, y al cocinero reconvertido en timonel.

Pero con Rajoy es diferente. Rajoy aguarda su oportunidad. Persevera. Y cuando la ballena se descuida, le clava el arpón. El animal coletea, enloquece, se desangra y muere. Y se hunde en el océano dejando un remolino de deuda amortizada.

Rajoy regresa al barco, orgulloso. Pero su sorpresa es mayúscula cuando descubre que el ballenero no está. Mientras luchaba con la ballena del déficit, un cachalote asesino lo ha embestido a traición. Y la nave se ha ido a pique. «¿Quién ha sido, Soraya?», le pregunta a la única superviviente. «El paro, Mariano, el paro», le responde la pobre mujer, cariacontecida y aferrada a un triste flotador.

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