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VICENTE
León

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Del monumental batacazo sufrido por la candidatura olímpica Madrid 2020 pueden extraerse a posteriori muchas y diversas lecciones. La fundamental es esa tan conocida de que nunca conviene vender la piel del oso antes de cazarlo, sobre todo si las expectativas de cobrarse la pieza estan sobredimensionadas y no se corresponden —como después se ha visto— con la realidad.

La inmensa mayoría de los españoles estábamos convencidos de que Madrid se iba a llevar la Olimpiada de calle. Y lo estábamos porque, más allá de méritos y merecimientos que nadie discute, los responsables de la candidatura nos habían hecho creer que eramos claros favoritos respecto a las otras dos ciudades en liza.

Después hemos sabido, y así lo apuntaban las casas de apuestas, que esa percepción no era compartida por el resto del mundo, sino que obedecía a una potente campaña propagandística de ámbito interno que nos ha llevado a confundir nuestros deseos con la realidad. Resulta de cajón que se puede aspirar a un logro de esa naturaleza sin tener fé y estar convencido de las posibilidades propias, pero de ahí a deslizarse por la senda del triunfalismo y lanzar las campanas al vuelo, media un abismo en el que se adquieren todas las papeletas para autodespeñarse. Y es justamente lo que ha sucedido. La consecuencia que suele tener el absurdo juego de hacerle trampas al solitario.

Antes del pasado sábado decir que la operación «Madrid 2020» estaba politizada hasta la médula por el PP, titular de las tres administraciones públicas implicadas, entrañaba el riesgo de ser tachado de «antipatriota». Pero creo que la instrumentación política de fondo era más que evidente.

El gobierno de la nación había ligado la concesión de la Olimpiada al pretendido éxito de la «marca España» y ambas cosas al reconocimiento internacional de que habíamos empezado a remontar la crisis. Mariano Rajoy desembarcaba en Buenos Aires eufórico por las supuestas felicitaciones recibidas en la cumbre del G—20, Cristóbal Montoro se refería a España como «el gran éxito económico del mundo» y pocas horas antes del batacazo bonaerense Cospedal asociaba la concesión de la Olimpiada a la derrota de la crisis a manos del PP.

La aspiración olímpica de Madrid ya es agua pasada. No así la crisis económica y sus estragos, que perdurarán más allá de la simple salida de la recesión.

Y en evitación de futuras frustraciones, el gobierno debería ser más cauto y realista sobre la recuperación económica, abandonando ese absurdo triunfalismo basado en hacerle trampas al solitario.