Diario de León

TRIBUNA

Camino de Ítaca por el carril bici del Bernesga

Publicado por
javier tascón periodista
León

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La oficina donde trabajo se ha trasladado este verano. «La principal ventaja –explico a mis amigos– consiste en que ahora puedo ir al trabajo en bicicleta. Lo tengo fácil, porque la mayor parte del trayecto voy por el carril bici de Eras de Renueva, que bordea el Bernesga». Pero a medida que pasan los días empiezo a dudar de si mi saludable, lógica y ecológica decisión ha sido acertada.

Me pregunto si merece la pena afrontar, cual nuevo Ulises, todo tipo de peripecias para llegar a mi Ítaca particular, donde, para remate, no me espera la fiel Penélope, sino un montón de asuntos por resolver. Comienza la odisea. Nada más incorporarme al carril bici, tengo que sortear a un hombre vestido con mallas y calzado con unas zapatillas de colorines que viene trotando hacia mí con un aparato adosado al brazo que, en mi ignorancia, imagino conectado a un satélite que monitoriza sus constantes vitales y le brinda el pronóstico del tiempo.

Me dejo llevar por la fuerza de la gravedad y bajo a toda velocidad la cuesta que desemboca bajo el puente que cruza el río hacia el Centro Comercial Espacio León. El aire fresco de la mañana bate contra mi cara y tonifica mis pulmones, pero, inesperadamente, me encuentro con que una decena de aspersores lanzan chorros de agua desde la derecha del carril bici hacia el césped que se encuentra en la izquierda del camino, y atraviesan mi trayectoria como los láseres de «Misión imposible».

El carril bici se ha convertido en un túnel de lavado de coches. Como ya me he duchado, opto por salirme de la calzada y esquivar los surtidores. ¡Prueba superada!

Ya puedo volver a pedalear tranquilo. Claro que tengo que adelantar a dos muchachas que caminan de espalda a mi marcha. Una de ellas lleva unos auriculares en los oídos y cuando estoy a su altura vira hacia el centro del carril. «¡Cuidado, que vas por el medio!», le grito. Ni caso. Creo que ni siquiera me ha oído.

Cuando he tomado varias inspiraciones profundas y empiezo a disfrutar de nuevo del viaje, tengo que frenar porque vienen dos perros sueltos correteando por el carril. Su dueño camina despreocupado por el verde. Menos mal que estos chuchos no son de los que disfrutan persiguiendo a los ciclistas. El carril bici vira noventa grados hacia la izquierda y se interna en la ciudad, así que lo abandono y sigo mi ruta por la orilla del río. Unos metros más adelante vuelven las complicaciones. Sujeto con aprensión el manillar. Ahora el peligro no viene del agua, ni de los peatones despistados, ni de los perros. Al pie de las gradas de hormigón próximas al río, por donde se accede a la rotonda del avión, veo brillar decenas de puntitos. Son trocitos de vidrio, restos de algún botellón nocturno. No quiero pinchar. ¿Es que por aquí no pasan los empleados del servicio de limpieza del Ayuntamiento?

Consigo superar la zona sin contratiempos. Está visto que ni Calipso ni Cíclope pueden hoy conmigo ni con mi navío de dos ruedas Ahora cruzo la pasarela de tablones que bordea San Marcos (gran idea abrir este paso). La bici vibra sonoramente sobre el entarimado. Algunas traviesas están sueltas y no es raro ver algún clavo que amenaza las cubiertas. Lo cruzo despacio, extremando el cuidado, para molestar lo menos posible a los peatones y sortear en caso necesario las cabezas de las puntas.

Nuevo desafío. Tengo que salvar la zona de las boleras bajo el puente de San Marcos. Menos mal que a estas horas los jubilados no tienen partida. Recorro un estrecho pasillo de hormigón donde se sitúan los bancos de los espectadores, hasta que reaparece el carril bici. Después cruzo el río por una pasarela y sigo mi ruta por la margen derecha del Bernesga. Ahora me acerco a una señora de sesentaitantos, plantada en mitad del carril bici, que sujeta a su perro con una larga correa. Ella permanece a un lado y su mascota al otro, como si estuviesen esperando a que alguien (¿yo con mi bici?) salte a la comba con la correa. Es la misma mujer que encuentro todos los días, parada en el mismo lugar. ¿Por qué extraña razón nunca utiliza la pista para los peatones, que está justo al lado? No se me ocurre ninguna respuesta. Paciencia ciclista.

Más adelante tres jóvenes caminan de espalda a mi marcha por el carril bici, ocupando toda la pista. «¡Cuidado!», les advierto. La de un extremo tira del brazo de su amiga y la arrastra hacia la izquierda. El tercero se aparta hacia la derecha. Cruzo victorioso por el centro del grupo, como Moisés por el Mar Rojo. En la rampa del puente de los Leones finalizo el viaje. Llego a Ítaca. Empieza mi jornada laboral. Al fin podré relajarme. Cíclopes, lotófafos, lestrigones y sirenas han sido vencidos un día más.

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