Vergüenza biológica

Los que nos consideramos aproximadamente buenos, cosa que se entiende como no haber tenido conflictos concretos con la Justicia y pagar los asfixiantes impuestos de Hacienda, tenemos derecho a sentir vergüenza por habitar el mundo que contribuímos a hacer. Alguien se ha dejado las ventanas abiertas para que entre un viento de locura y, a excepción de los sin papeles, todos hemos perdido los nuestros. Ponerle una bomba a la Pilarica, además de una canallada, es una estupidez que tuvo su estruendoso precedente cuando otro artefacto explosivo, que logro desactivar la Policía, fue colocado en la catedral madrileña de la Almudena. ¿Qué habrán hecho las Vírgenes a los anarquistas? Un poeta más bien laico, Dámaso Alonso, dijo, hablando de la Virgen, a la que por razones familiares tuteaba: «Yo no sé quién eres, pero tú eres una gran hermosura». Lo incomprensible es que la hayan tomado con ellas. A la del Pilar, que el pueblo la hizo capitana de la tropa aragonesa, la hemos sometido a diversas graduaciones de rango incomparable. En la posguerra la hicieron, a la vez, alférez provisional y capitán general. Cosas que pasan.

El nacionalismo, que es malo en esencia porque se basa en superioridades étnicas, se ha convertido en uno de nuestros principales problemas, pero el más grande es que nos trae sin cuidado el destino de los que no tienen patria, ni grande ni chica, y huyen de ella mar adelante, para librarse del hambre y de la guerra. Más de doscientos prófugos de la desgracia murieron ahogados en la isla italiana de Lampedusa. Como eran somalíes o eritreos no estaban contados. Qué vergüenza para los que estamos empadronados en cualquier sitio. Cuentan que pidieron ayuda a varios barcos pesqueros, pero el código del mar ha perdido sus hojas con los vientos locos que corren despeinando las olas. Nadie les socorrió porque la compasión no se lleva. Quizá se la haya llevado el mismo viento de locura del que hablamos los que nos creemos inocentes.

Son cosas que pasan.