El vigía del futuro

El señor Botín, que como su nombre indica no tiene problemas de dinero, ha hablado en Nueva York de nuestro futuro económico con un optimismo que ojalá fuera contagioso. Cree que la banca española pasará con matrícula, quizá no de honor, el examen europeo y dice que el dinero, que es siempre un vagabundo, va a llegar a España de todas partes y que estamos en un momento fantástico. ¿Cómo no creer en su profecía? Lo ha tratado él más que ninguno de sus compatriotas y sus relaciones son inmejorables. Se trata de un amor correspondido: él quiere al dinero y el dinero lo adora a él.

Desdichadamente el genial financiero no nos ha explicado en qué proporciones nos va a llegar tan distinguido huésped. ¿A cuánto vamos a tocar los que estamos hartos de que nos toquen los testículos, cosa que sólo deben permitirse las personas de nuestra mayor confianza? Ese halagueño futuro no lo vemos por ninguna parte. Aquí se habla de desvío de subvenciones de Comisiones Obreras para destinar las cantidades destinadas a mejorar el trabajo de quienes aún no lo tienen y se emplean en comidas y en viajes o del posible traspaso del gran Casillas, con el que el club señorial no está mostrando ningún señorío. Las personas normales han sido tantas veces engañadas que, sin necesidad de leer a Quevedo, pueden decir eso de «a las promesas miro como a espías».

Debiera considerarse delito defraudar las esperanzas, pero nos creemos a pies juntillas todo lo que nos cuentan hasta que nos vayamos con los pies por delante. Acaba de imponer el Gobierno otros 8.500 millones de euros de ajuste ante el déficit y las comunidades y los ayuntamientos sufrirán más impuestos, en su progresiva asfixia al ciudadano medio, que es el que está partido por la mitad. No se ve nada claro el día de hoy, pero aparece con absoluta nitidez para el hombre que más sabe de los itinerarios de la pasta. Debía escribir un libro, aunque estuviera encuadernado en rústica, para divulgar lo bien que vamos a pasarlo todos.