Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Se cumple medio siglo de la revista leonesa Claraboya , aventura literaria provincial y universalista a un tiempo que protagonizaron cuatro jóvenes evangelistas de la palabra en los años del desarrollismo, cuando las mujeres ya iban en bikini por las playas de Benidorm.

En aquella España lenta Luis Mateo Díez, José Antonio Llamas, Ángel Fierro y Agustín Delgado, cuatro muchachos cultos, convirtieron su recién estrenada pasión poética en una revista a la que llamaron Claraboya . León, así, recuperaba el aliento artístico que había inaugurado veinte años antes con otra, Espadaña, la que crearon tres ilustres hombres de letras: Antonio González de Lama, Eugenio de Nora y Victoriano Crémer.

Desde Claraboya León ha vivido en una efervescencia literaria que no perdió nunca. Tanto es así que en este medio siglo León ha cuajado un extraordinario grupo de escritores, cada uno con su mundo propio, su raíz y su vuelo.

Pero, y a todo esto, ¿qué sucedía en Ponferrada en aquellos tiempos fundacionales? La capital del Bierzo tenía entonces 35.000 habitantes, que era la mitad justa que León. Pero junto al Sil no había media claraboya, ni hubo un cuarto de espadaña poética. Ni nada. Si León tenía vida de letras, recitales y publicaciones, Ponferrada vivía al margen.

La ciudad parecía muy contenta con su vertiente fabril, industrial, minera, rica. Y aunque tenía un nivel de vida más alto que la capital de la provincia, su nivel cultural era muy inferior. Pero no solo eso. Porque Astorga con solo diez mil habitantes, tenía mucha más vida cultural. Incluso La Bañeza, con nueve mil, daba al mundo a un gran poeta llamado Antonio Colinas, fecundado en el ambiente literario que unas pocas personas sostenían en aquella ciudad.

En Ponferrada solo había unas pinceladas de poco. Las que posibilitaba Ignacio Fidalgo, que acababa de fundar la revista Aquiana , que comenzó siendo sobre todo un medio cultural, con sus entrevistas a Carnicer, los relatos de Pereira, los poemas de González-Alegre o las estampas de Gilberto Ursinos.

Ninguno de esos escritores vivía en Ponferrada, la brava ciudad del Dólar. Y fue por entonces cuando algunos adolescentes, enamorados de la palabra en las aulas del bachillerato, empezamos a soñar con que, algún día, nuestra ciudad no solo sería lugar de comerciantes y bancarios, de carbón y altanería. Que sería diferente.

Tantos años después no lo es, pero las cosas han mejorado. Aunque la política cultural de Ponferrada abunda, sobre todo, en la línea del turismo y los templarios. No en el cauce principal que le corresponde a una ciudad que quiere y debe ir más lejos en el campo de la palabra. Es decir, de la memoria, la imaginación y el lenguaje. Aún queda mucho por hacer.

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