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León

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Tengo una amiga que lleva dos meses de la ceca a la Meca para lograr hacerse donante de médula ósea. Ayer lo consiguió. Cualquier otro se habría dado por vencido, sobre todo después de que los que deberían estar a la vanguardia se quedaran con la mueca de la inopia pegada al jeto. Tuvo que ser ella la que les informara de que el sistema público de salud ofrece la posibilidad de rescatar vidas de la leucemia con este simple gesto de solidaridad.

Puede que muchos hayáis visto en las redes sociales la campaña Médula para Mateo, el niño de cuatro meses que lamentablemente se ha convertido en el rostro visible de esta tragedia. Los padres de Mateo descubrieron que la muerte le corría por las venas al poco de nacer. Unas simples manchas rojas fueron la señal de que algo no iba bien y, de repente, la certeza de que ese instante en el que se desarrolla la vida de todos era en él una carrera contrarreloj. Su tiempo de descuento seguirá volando de manera inflexible a no ser que alguien, en algún lugar del mundo, decida imitar a Ana. Hay una persona única, como Mateo, una sola, que puede salvarle. Ninguno de nosotros es gran cosa —mírenme a mí, ya ven, periodista—, así que ésta es una de las pocas maneras que tendremos de hacer algo grande. Y hay miles de niños que no han encontrado médula ósea compatible para salir de la espiral de la muerte. Aquí no vale compadecerse en la comodidad del sillón, pensando que habrá otros que solucionarán la salvación de Mateo. La tristeza no salva vidas, ni la pereza indulgente. Aquí hay que moverse, aunque, como le pasó a Ana, lleguemos al Hospital y nos contesten que «no, no es aquí, no sé a qué se refiere, pruebe en el ambulatorio», que ya sabemos que no todos tienen la misma lucidez.

Sólo hay que ir al Hospital, rellenar un folleto y enviarlo al Clínico de Salamanca. El primer paso será una simple extracción de sangre. La donación de médula —totalmente indolora— llegará después. Será esa vida púrpura que os sobra la que diga si sois compatibles con alguno de los enfermos de leucemia cuyas horas avanzan como una condena. Todos ellos duermen hoy soñando que puede que mañana sí, que tal vez mañana se acuesten sabiendo que habrá más mañanas. Y ¿quién sabe? Podría llegar a ocurrir que fuerais vosotros los que hicierais posible que siga amaneciendo para Mateo. Sólo perderéis un poco de ese tiempo que a él se le acaba.