FUEGO AMIGO
Un obispo en cuarentena
Este año se van consumiendo los cuarenta de la muerte recluida de un obispo maltratado por el franquismo. Me refiero a don Fidel García Martínez (1880-1973), omañés de Soto y Amío. Su sacrificio se perpetró al cobijo del Congreso Eucarístico de 1952 en Barcelona, que fue el primer acontecimiento internacional del Régimen. El país acababa de prescindir de las cartillas de racionamiento, mientras emprendía por colegios y parroquias el ensayo del nuevo himno eucarístico, con letra de Pemán. De la celebración quedó el fervorín de la canción, muy entonada en las liturgias preconciliares: De rodillas, Señor, ante el sagrario…
Pero la enconada persecución a don Fidel venía de lejos. El 28 de febrero de 1942 el obispo firmó en Calahorra la Instrucción pastoral sobre algunos errores modernos, en la que acusa a Hitler y a sus secuaces españoles de racistas y anticristianos. A partir de ahí, los vicarios franquistas del nazismo le arrojaron el pringue de la ignominia. El texto de don Fidel descalifica sin ambages la servidumbre doméstica a los nazis. Tampoco votó, porque le parecía impertinente, el referéndum de 1947. Ya entonces, la Gestapo y su cuadrilla carpetovetónica pusieron en marcha una implacable campaña de descrédito, que hurgaba donde más dolía, presentando al obispo como rumboso mujeriego que gastaba en lujos y orgías los caudales piadosos. Sin cejar en la infamia.
Durante el Congreso Eucarístico, el obispo de Calahorra fue víctima de una sucia emboscada. Una llamada anónima reclamando urgente auxilio espiritual lo llevó hasta un camuflado burdel, donde lo fotografió la policía. El montaje dio sus frutos inmediatos. Un atestado lo acusó de dilapidar fondos diocesanos en alegrías carnales, con el parabién del arzobispo Modrego, mientras el veneno del chismorreo doblegaba su capacidad de resistencia. Don Fidel renunció al obispado y se retiró con los jesuitas a Oña. Diez años después, don Fidel brilló en la legación española al Concilio Vaticano II, mientras el franquismo le ofrecía una reparación silenciosa, que despreció. Aquel asomo conciliar de don Fidel molestó a la clerigalla.
Fraga cuenta en sus memorias una confidencia de Franco sobre aquel sucio montaje. Lo hablan sin contrición, como una salpicadura más de su chapoteo en la ciénaga de la dictadura. Tampoco la Iglesia oficial (incluido Tarancón) mostró el mínimo atisbo de pesar por aquella felonía. Pasaron los años y fue prevaleciendo, en testimonios memoriales como el de Carnicer (su confidente, el policía Rois Froján, se daría un tiro de remordimiento, que lo condujo a la muerte) o en biógrafos de acarreo como Preston, la versión pestilente. Don Fidel murió hace cuarenta años, retirado en una residencia para curas viejos de Logroño.