CORNADA DE LOBO
En la pizarra
Total, ¿qué tiene de mérito un artículo?, me dijo de guaje mi abuelo Severino sacando de su cartera siempre preñada de papeles y cuentas un artículo de Crémer recortado del Proa ... corría 1963... al fin y al cabo, decía, todas estas palabras que pone aquí Victoriano están en un diccionario que cualquiera compra en la librería de la esquina por veinte pesetas, todas... ah, pero veraste tú, rapaz, la cuestión es encontrar las palabras justas y, además, saber colocarlas en su sitio... eso es lo difícil, el arte... ¡y hay que ver cómo lo resuelve este Crémer!... después, dobló el artículo y volvió a guardarlo en su hemeroteca de bolsillo entre otros más. ¿Los guardaba como lección a repasar y aprender?... sin duda, eran su pizarra escrita en plomo y rotativa, su aula (la de más gente, también). Los recortes de prensa abrigan las ideas y, puestos en fajo en el bolso de la chaqueta, son todo un Detente, bala, la sagrada razón del que sabe está conmigo .
Lo curioso es que el abuelo y Crémer (un vencido que pudo sobrevivir entre vencedores con la inteligencia por montera y la ironía enhebrando sutilezas para confundir al censor) orbitaban en galaxias diferentes y, sin embargo, ponía el poeta-articulista las palabras a bailar de tal manera, que la danza de la razón hacía brecha en el fortín ideológico del abuelo colándose con tal lozanía argumental, que el señor Severino acababa suscribiendo lo que la terquedad entre contrarios quizá no le permitiría... ¿el truco?... las palabras bien colocadas, la lengua española puesta a trabajar y a seducir con sus mecanismos de precisión o lirismo.
En fin, el periódico fue para muchos su única pizarra de español. Ahí aprendieron léxico, expresiones, la corrección del hablar. Y alguien seguirá hoy recortando noticias, un reportaje, un artículo atinado. Son el pupitre del lector desconocido y su único maestro será un periodista o un articulista que a veces lo olvida y no siempre se obliga a escribir con la redondez y la belleza que le proporciona gratis esta prodigiosa lengua nuestra. A ellos, más que a nadie, se les exige protegerla en este hoy en el que todos «son» periodistas, articulistas, blogueros o sacristanes del insulto y la patada al diccionario.