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Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Tan podridos estamos que hasta las palabras nos engañan. ¿Cómo se puede denominar con un nombre tan bello como «concertina» a ese instrumento diabólico diseñado para mutilar a los desesperados que han atravesado el infierno para intentar entrar en el Paraíso que les han dicho que está en este lado del mundo?

¿Cómo podemos dormir tranquilos al otro lado de la verja cuando las cuchillas afiladas a las que llamamos con sonido musical «concertina» cercenan y amputan la carne del que ya no tiene nada que perder salvo la vida?

¿Cómo podemos chapotear en esa carnicería de la frontera de Melilla? ¿Cómo mirarnos al espejo cada mañana sin recordar la piel troceada de los inmigrantes? ¿Cómo abrir el diario y mojar un churro en el café ante los muertos de sed en el desierto de Níger? ¿Cómo escuchar sin vomitar las notas de una concertina sin relacionarla con su homónima asesina?

La palabra, deducimos, no siempre se corresponde con el contenido. ¿Y las imágenes? ¿Son tan embusteras como las palabras?

Hemos visto estos días El Bierzo en un capítulo televisivo de Un país para comérselo . Hemos visto imágenes bellísimas de viñedos, y castaños, y bosques, y huertas. Hemos visto un impecable despliegue de recursos audiovisuales y un trabajo profesional que aprovechó al máximo la luz del otoño berciano, esa luz que estremece y pasma como una epifanía pagana que aparece después de la vendimia.

Hemos visto una cara conocida cumpliendo a la perfección el papel que el guión le ha escrito. Hemos asistido a una hiperbólica sucesión de exclamaciones admirativas, a una siembra un tanto desatada de adjetivos, a una exhibición de gastronomía simple y proteica.

El Jardín del Edén. Un país encantando, pródigo, ubérrimo. Una tierra generosa, variada y abundante. La televisión, cumpliendo su mandato promocional, ha presentado el anverso de una comarca, reconocido y recogido hasta el aburrimiento en las crónicas desde hace siglos.

El reverso no ha salido en la tele. No tocaba que aparecieran en pantalla las dificultades para encauzar de forma apropiada ese sector primario hasta colocarlo en la posición de alternativa económica que esta tierra pide a gritos.

No salieron las cifras del desempleo, escalofriantes, tozudas, empeñadas en no dar un respiro. No salieron los ERE, las quiebras, los empleados obligados a trabajar el doble por la mitad.

No vimos la desolación de las calles un jueves al anochecer ni a los que rebuscan en el contenedor de basura y rebuscan en vano, porque hasta la basura se ha reducido en estos tiempos crueles en los que protegemos nuestra miseria con vallas electrificadas coronadas por «concertinas». Un instrumento de tortura con nombre engañosamente bello.