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Qué tiempos en los que hay que recordar hasta lo que es evidente! Ahora resulta que decir, como ha dicho José Luis Bonet, presidente de Freixenet, que «Cataluña es parte esencial de España y que quien no quiera verlo, se equivoca», le puede costar caro a su empresa. Coste por boicot en la compra de cava. Si años atrás quienes se asomaban a las emisoras para anunciar que habían decidido no comprar cava catalán como «represalia» contra los separatista eran voces destempladas procedentes de este lado del Ebro, ahora, en la mejor tradición de la intolerancia patria, son los independentistas más radicales quienes invitan a boicotear este estupendo caldo.

¿Qué tendrá que ver el cava con el lío montado con el dichoso «derecho a decidir», con sus partidarios y con sus detractores? El señor Bonet, a quien no tengo el gusto de conocer, es un empresario, un ciudadano que siguiendo el legado de una hacendosa saga de viticultores catalanes da trabajo a mucha gente.

Cuidan la tierra, cultivan la vid, embotellan con precisión artesana, exportan cava a medio mundo y, en definitiva, consiguen que muchas familias —no solo en San Sadurní d’Anoia—, puedan tener un trabajo digno ¡Trabajo en un país con más de cinco millones de desempleados de los que más de quinientos mil son catalanes! ¡Un milagro!

Animar a dejar de comprar cava catalán porque esté en marcha un proceso político para intentar segregar Cataluña de España, es una mezquindad. Venga de donde venga la fetwa —ya se sabe que los extremos se tocan—, hay que despreciarla. Y no se me antoja mejor manera de hacerlo que descorchando una botella de cava para brindar por la vuelta a la cordura y por la recuperación de los valores esenciales sobre los que se asienta la convivencia. Empezando por el primero de todos: el sentido común.

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