Diario de León
León

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Aveces, mientras me afeito me hago preguntas ante el espejo. No del tipo «¿en qué año inventó Franklin el pararrayos?» o «hay vida en Ganímedes?», que se las pregunta cualquier ceporro después de una noche de botellón, sino de metafísica casera. Ayer, con la espuma aún bajo la nariz, me espeté a mí mismo: «¿Pero tú ves o no brotes verdes?». Y no supe qué contestar, hasta que por fin solté: «A ratos». En los soliloquios es legítimo escurrir el bulto, pues todo queda en casa. Mi imagen enseguida me reprochó, no sin sorna: «¿Sólo a ratos, qué ha sido de tu optimismo?» Lo ignoro, pues nunca he sido un optimista, ni siquiera ocasional. Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro, ese que no tengo. Otra cuestión es que no sea de los que mientras se desperezan en la cama ya murmuran: «No sé por qué me da que hoy puede ser el fin del mundo». ¿El optimismo consiste en creer que nuestra sufrida minería tiene arreglo o que en Alimerka no habrá despedidos? En León hay 1.534 parados más. Como dijo el alcalde: «una cifra inasumible». No, no puedo definirme de optimista.

Mi visión de la salida de la crisis no encaja en ninguna de las dos acepciones que el diccionario de la Real Academia ofrece del optimismo: «Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. Doctrina filosófica que atribuye al universo la mayor perfección posible». Pero pesimista, tampoco. Entonces, ¿cómo llamarlo? me pregunté desconcertado. No tuve respuesta. Menos mal que no tengo el bigotazo de Pancho Villa.

Fue ya en la calle cuando recordé unas palabras del papa Francisco: «No me gusta mucho la palabra optimista, porque expresa una actitud psicológica. Me gusta más usar la palabra esperanza». Exacto. Esas palabras explican mi dilema. No siento optimismo acerca de lo que podamos esperar del sistema, los ciclos de la economía, azar, poder y demás motores. ¿Derrotista? No, pues mantengo intacta la esperanza, lo primero que recibes de tus padres y lo último que se pierde. Como precisa Bergoglio son percepciones distintas, aunque relacionadas. Optimismo, poquito. Esperanza, mucha. ¡Si incluso espero que el Madrid gane la Liga! Pienso recordármelo a mí mismo en cuanto me tenga delante del espejo.

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