EL RINCÓN
Dejar hablar
Las pancartas impiden leer las palabras que hay escritas en ellas, de un modo parecido a cómo la jungla dificulta ver la selva. El pertinaz Rubalcaba, que no es, ni mucho menos, el más reprobable de nuestros políticos, ha sido víctima del acoso masivo de los universitarios granadinos. En el templo de la palabra no le dejaron decir ni mu, ya que lleva mucho tiempo diciendo muchas por sus sacristías. No se entiende demasiado bien que los antisistema carezcan de razones que puedan superar en elocuencia al abucheo. Don Alfredo iba a hablar sobre química y política. No era temerario aventurar que sabía más del segundo tema que del primero, pero los alumnos no le concedieron el permiso silencioso suficiente para exponer sus conocimientos sobre los dos. Ya se sabe que los estudiantes no hacen revoluciones, sino algaradas. Cada temporal gremio tiene sus especialidades y hay que dejar a todos que expliquen los asuntos que no tienen posiblemente explicación. Hablando se entiende la gente que es cómplice de la desvergüenza nacional, pero no hay que reventar un acto universitario antes de que revienten por sus mentiras los oradores.
Más eficaz hubiese sido el silencio absoluto. Si no se hubiese oído ni el vuelo de la mosca que todos los españoles tenemos detrás de la oreja, se habría escuchado el descontento, pero no hay que oponer, contra la repulsiva corrupción más o menos manifiesta, el estruendoso gamberrismo
Al chirrión de los político’, que decía el viejo Azorín, no se debe oponer el guirigay de los reventadores, que siempre fueron un linaje pagado por los enemigos del autor y odiado por los empresarios que manejan el gran teatro del mundo
Las personas bien educadas, que en España somos en gran parte las que hemos superado la larga mala educación recibida, no compartimos estos métodos ruidosos. «¿Lengua sin manos, cómo osas hablar?». No se trata de hacer ruido en locales cerrados sino de hacerse escuchar en la calle y en el Parlamento. Somos todo oídos.