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Publicado por
MANUEL ALcÁNTARA
León

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L os españoles nos estamos quedando sin compatriotas. Algunos porque no desean serlo y otros porque se van, cada vez somos menos y a este paso sólo van a permanecer quienes lo cuenten. Hay flujos migratorios internos, externos y mediopensionistas y el INE registra unos balances que sólo alegrarían al fantasma de Malthus, aquel clérigo y economista inglés que advirtió al mundo que sus pobladores no pueden ser infinitos.

Lo pusieron como un trapo, como es natural destino de los que osan adelantarse a su tiempo. En el último medio año se largaron de España no sólo españoles, unos 40.000, sino 220.000 extranjeros. No lo hicieron por su gusto, sino porque no se encontraban a gusto y estaban cansados de tantas promesas incumplidas. Los políticos siempre han sido muy prometedores, es decir, muy embusteros. No es que sean todos iguales, ya que sus repertorios son variadísimos. Los hay que pueden prometer y prometen y los que prometen sin poder prometer. Nietzsche decía que una promesa es una letra de cambio que giramos contra nuestro porvenir, pero lo curioso es que siempre tiene música distinta. En mi no corto ciclo vital me prometieron nada menos que la patria, el pan y la justicia. Posteriormente me dijeron, en los años de bonanza, que el pan iba a ser Bimbo. Luego, antes de los seis millones de parados, prometen nuevas legislaciones laborales. Prometer no ha empobrecido a nadie, que se sepa. Lo que ocurre es que la credulidad disminuye hasta quedarse en nada y los engañadores se las piran. No es probable que todos los que han puesto pies en polvorosa se hayan ido para asistir al entierro de Mandela y darle el pésame a algunas de sus viudas. Es mucho más conjenturable que se hayan ido para no volver nunca a estar como siempre.

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