EN BLANCO
Valores leoneses
En líneas generales me tengo por hombre de buen conformar, al ser consciente de que las cosas ocurren y uno se ve arrastrado por ellas, pero por otra parte no se puede ignorar lo que el iceberg le hizo al Titanic. Hablo de León, donde la situación pinta más fea que si te regalan un curso de tai-chi con abanico. El Armagedón financiero que nos sacude ha cumplido sobradamente las profecías más agoreras referidas a nuestra tierra, aquejada por el despiadado terrorismo de la infelicidad y el abandono. Y puesto que la obligación de defender el escudo no se negocia, este periódico cuya simple lectura otorga un carné de leonesidad siempre luchó por ensalzar los valores de una provincia brutalizada ahora mismo por una crisis que distribuye miseria al por mayor. En semejante encrucijada, justo cuando parece que los dioses nos han abandonado y los ciudadanos padecen una oleada de hartazgo, conviene abandonarse al extraordinario placer del recuerdo y regresar a los viejos tiempos en los que León, refugio y hogar eterno, presumía con merecido orgullo de su poderío cultural y económico.
Aquel mundo con reglas y guantes blancos proclamaba desde la portada del Diario de León, allá en la década de los veinte, la gran cantidad de tesoros que acumulaba nuestro viejo solar. Por ejemplo, la mejora en las vías de comunicación con la meseta, o el espectacular crecimiento experimentado por el comercio capitalino. ¿Y qué decir del sector de la enseñanza, cuando la provincia contaba con cerca de mil escuelas, una cifra inalcanzable para cualquier otro lugar de España? Una exhibición de autoestima que contrasta con el alicaído León de nuestros días, afectado por los inequívocos síntomas de una enfermedad terminal. Nunca se debe traicionar a la memoria, y menos ahora cuando ellos cantan y nosotros bailamos. Pero así están las cosas.