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CABALLERO
León

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Anda el cura de Villarmún a ver si apaña 300 euros, entre la colecta de los domingos y las limosnas de los vecinos, para dar de comer a los funcionarios de la Comisión Territorial de Patrimonio de la Junta, donde bien saben que la caridad empieza por uno mismo. Un acto cristiano con los que más lo necesitan ahora que ya no se lleva lo del Domund, desde que el tercer mundo se nos metió en casa, y que con las pocas vocaciones que florecen al año el día del seminario se resuelve con otros dos puñados de lentejas en el puchero de la casa rectoral. La fórmula para saldar la multa que le han impuesto al páter por restaurar el lienzo de San Esteban del siglo XVIII que no quisieron financiar desde Valladolid, donde les interesa más invertir los esfuerzos en diseñar imágenes corporativas para inventar el sentimiento de región, crear fundaciones en las que apesebrar afines o dibujar corazones de patata de sabor a tierra para uniformar a los productores leoneses. Una sanción que llega después de que el sacerdote cursara los permisos y mandara comenzar los trabajos harto de esperar, justo antes de perder la subvención de 8.800 euros que había logrado por fuera.

Al párroco le faltó paciencia al no darse cuenta de que hay departamentos de la administración autonómica en los que se espesa el tiempo, como si controlaran Matrix. Sesudos servicios en los que se acumula el polvo con descubrimientos de poso, como cuando se enteraron de que había existido Lancia 2.000 años antes justo en el momento en el que se empezaba a construir la autovía León-Valladolid por encima. Un pecado que tiene que purgar el religioso titular de Villarmún, mientras espera que atiendan sus oraciones para arreglar un poco el presbiterio románico mozárabe que se cae a cachos. Las súplicas en las que se empeña el cura de Villarmún para velar por los bienes históricos, advertido de que con la Junta hemos topado, y no descuidar la atención a la feligresía de su parroquia.

Mientras, el obispo consiente que el cura falangista de El Burgo Ranero entretenga el tiempo en convertirse en bufón de los programas televisivos de la más rancia extrema derecha para proclamar que no le extrañaría que el cáncer de Pedro Zerolo fuera «un castigo de la Divina Providencia» por su homosexualidad; vamos, que no merece la pena ni mandarle a tomar por el culo.