Diario de León
Publicado por
maría j. muñiz
León

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Hace algo más de tres años, en el verano de 2010, la UE (bajo presidencia española) dio la puntilla a la minería del carbón. El despropósito desde entonces no ha venido sino acentuándose, tomando a estas alturas tintes que sobrepasan lo grotesco. Con escenificaciones como la del ministro Soria, aprovechando el jueves una Comisión de Industria con la vista fija en el galimatías de las tarifas eléctricas para soltar de tapadillo que el Gobierno ya ha presentado, tras meses de marear la perdiz, el plan de cierre de las empresas mineras a Bruselas, que la Dirección General de la Competencia se lo ha rechazado y que con ello se ponen en solfa las ayudas cobradas desde 2011, bajo el nuevo reglamento europeo. Que a fecha de hoy son dos años, porque ni se ha cobrado 2013 ni se ha convocado 2014. Triple salto mortal con rizo de incompetencia, desidia y dejación absoluta de ética y responsabilidades.

Hace más de un mes que ministerio y empresas saben que todo lo firmado en octubre sobre el futuro del carbón se asienta sobre la nada. Soria o pasa o se la sopla, que de todo hay. ¿Y las empresas? Desde hace meses viven tan amordazadas por el pago de las ayudas adeudadas y otras cuitas que ya sólo les las oye resoplar cuando les acecha el último suspiro.

¿Ayudas adeudadas? Sí, porque están comprometidas por el reglamento de la UE. Ese al que desde hace meses ellas mismas pretenden dar esquinazo con la interminable redacción de un plan de cierre lleno de trampas y medias verdades. ¿Piensan o no piensan cerrar? ¿Pueden o no ser competitivas? ¿Hay alguien en el sector dispuesto a poner las cartas boca arriba?

Parece que no. Unos y otros parecen trileros escondiendo el guisante mientras mueven con rapidez los tres vasos a la espera de engañar la vista y la razón del contrario.

Eso despachos arriba. Moqueta abajo la realidad se dibuja mucho más nítida. Los pocos mineros que siguen trabajando lo hacen con la tristeza de sufrir un irreversible abandono. Con la cerviz de la lucha minera doblegada, quién sabe si para los restos.

La mayoría de trabajadores y comarcas del carbón agonizan ahogados en la marea del mal económico general, y de la desidia o inquina particular. A día de hoy sólo una decidida decisión política puede cambiar (aunque sea mínimamente) el naufragio de una forma de vida ni siquiera abandonada a su suerte, más bien empujada al abismo. Es cuestión de voluntad política. Y no la hay.

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