Sigan viniendo, por favor

Dependemos de las visitas. Nuestros políticos no se pueden ver, pero todos están de acuerdo en que si no viene gente a vernos tendrían que cerrar sus kioskos de ventas al por mayor de promesas. Debemos ser corteses y hospitalarios con los transitorios huéspedes ya que sin ellos no nos salen las cuentas, que según Olli Rehn, costará más de diez años arreglar la crisis española. El cálculo del señor Rehn, que es vicepresidente de la Comisión Europea y comisarío de Asuntos Económicos, no hay que echarla en saco roto y menos después del saqueo.

Por fortuna, «la varia España», que decía Azorín, sigue siendo muy atractiva, en especial para los que no somos españoles. Es mejor asomarse a ella que presenciar de cerca el reto soberanista de Mariano Rajoy y Artur Mas, pero sobre todo es preferible a visitar Kiev, donde existen muchas posibilidades de no poder repetir la visita. Nunca hemos estado mejor de turistas. Sólo tienen que esquivar la modesta clase que forman los cicerones que se interponen entre su visión de lo que ven y el pormenorizado relato de lo que les cuentan. Los Príncipes acaban de inaugurar Fitur, donde se han reunido 120.000 profesionales y 9.000 empresas. Sólo en la Costa del Sol que más calienta hasta en este desapacible enero se espera la llegada de diez millones de viajeros. Hay que recibirlos con los brazos abiertos, pero no únicamente para abrazarlos, sino para retenerlos para que no se vayan.

Cuenta Bioy Casares que vio un letrero a la entrada de un pueblo mejicano en el que se leía: «Sean bienvenidos. No somos como dicen».

Tampoco nosotros somos como pueden pensar quienes se fían de la publicidad y de los prospectos de los específicos. Somos mucho mejor.

El pueblo español está aguantando lo que no está en esos escritos y sigue confiando en que llegarán tiempos mejores. Ya sabemos que la experiencia colectiva es algo muy difuso. Ni siquiera es la suma de las individuales.