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León

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Al repasar la actualidad a uno le queda la sensación de que no está tan lejano aquel Tony Leblanc que se buscaba la vida por las calles de Madrid antes de abrir el quiosco de Cuéntame . Incluso parece que las viejas películas de tramposos del último blanco y negro tenían algo de profético sobre este siglo XXI que se nos ha venido encima de una manera tan dura.

En pocos días hemos conocido que un tercio de los trabajos que presentan los alumnos en la Universidad de León proceden del ‘corta y pega’. Que se disparan las sanciones en el Barrio Húmedo a los que trampean con los horarios de cierre. Y que a un director de un colegio de Madrid le detienen por ocultar los abusos de un profesor también con raíces leonesas.

Trampas y más trampas muy distintas pero que llegan en un país en el que el actual presidente del Gobierno nos habló de los hilillos de plastilina del Prestige y su principal rival formó parte del Ejecutivo que veía a España en la Champions de la economía mientras todo se venía abajo.

Un buen amigo que trabaja en una multinacional comenta habitualmente que sus compañeros de otros países alucinan con la estructura española basada en el maletín y el compadreo. Y no es que en sus naciones estén totalmente limpios, la cuestión es que son menos chapuceros o al menos más discretos a la hora de plantear los tejemanejes.

Aquí el descaro está generalizado y sólo se mira al de en frente para pedirle la dimisión o responsabilidades. En la Universidad se avisó a principios de curso de que se usaría el sistema Turnitin para controlar el plagio de los trabajos. Y a los alumnos, al menos a los que están en el muestreo, les ha dado lo mismo. Como a los locales nocturnos de la ciudad a los que quizás les sale mejor pagar la multa, si llega, que perder unas horas más cobrando por las copas.

En un país donde se paga en negro en la puerta del notario, donde un gobernante puede seguir en el puesto aunque haya mentido incluso en sede parlamentaria y donde el primero en pasar es siempre el amigo, es complicado justificar tantos esfuerzos como se le piden al ciudadano. La sensación de impunidad es la mejor invitación a no cambiar, a sumarse a esa marea que lleva a que la Marca España se ahogue en un canal o a que un duque nos tome a todos por tontos.

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