Diario de León

TRIBUNA

Petra Hernández se ha ido

Publicado por
VENANCIO IGLESIAS MARTÍN.
León

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Tengo en el corazón un altar chiquito para mi amiga Petri. Digo chiquito porque era bajita y graciosa: una figura de porcelana que se ha roto. Ahora que ya no está, me doy cuenta de todo lo que no hablamos, de todo lo que hemos perdido de grande y escondido en su alma. Porque era linda chica cosa ¿pero cuánta grandeza brillaba en la bondad de su mirada, en la transparencia de su retina?

¡Tenemos que vernos un poco más, tengo que pasar por tu estudio, Modesto!… Este ha sido mi estribillo durante años. Dejar las cosas para mañana es lo que tiene: los encuentros se hacen cada vez más esporádicos. Todo queda sin conversar durante mucho tiempo y todo va apagándose. Mañana… ¡Error fatal! «Mañana» es utensilio y disculpa de indolentes; de modo que todo lo que dejé para ese mañana que es hoy se ha convertido en un ¡Ay!

Ay mío que todo lo confié al «después». Ay de mí que guardé mis palabras y dejé pasar el tiempo sin conversar, porque un día (que es hoy), su tránsito ha hecho definitivo el silencio. Ay de los sueños que no compartimos y del afecto que no encontraba palabras. Ay de mi amistad que lo confió todo a la firmeza de lo que se construyó en la juventud e ignoró el desgaste del tiempo. Ay de los diálogos en los que tanto habríamos aprendido de su hablar reposado y deprejuiciado. Ay de sus incertidumbres que hallaron a los amigos distraídos en diez mil urgentes y vanas actividades. Y ahora que se ha ido, ay, sobre todo, de los secretos que se quedaron en el pincel, secretos que hubieran florecido sobre un cuadro, sobre esa otra impresión que con tanta destreza ponía en un lienzo. Ay de su paleta cuyos colores se han resecado: la paleta olvidada en un rincón oscuro como el del arpa de Bécquer esperando su mano segura y pensativa. Ay de la paleta donde ella buscaba el color más matizado, la forma exacta prefijada en su claro mirar, la tensión y la armonía: la paleta abandonada que resume en su abstracción el desorden que la muerte ha dejado. ¿Quién buscará en ella el orden y la armonía del nuevo cuadro ya imposible? Ay de los pinceles sin dueña. Ay de los pinceles sin su voz espiritual; esa voz secreta que dirige la mano hacia la belleza exacta y deja abierta la posibilidad de soñar una belleza más alta fuera de la caverna. Ay del carboncillo del lapicero para el dibujo previo que intuía ya la armonía polícroma de un florero, la profundidad de un retrato, la alteza de un catedral, el aliento de un paisaje. Ay del hogar, del cálido espacio en el que se desarrollaba su vivir sencillo, en el que alimentaba la inspiración. Ay también, y sobre todo, de mi amigo Modesto que ha perdido la posibilidad de conversar en el claroscuro de la alcoba, en el amable perfume del café de sobremesa. Ay del amigo, ay de mí que participé con ella y con Modesto en la educación de sus hijas y ya no podré contrastar con ella lo que de seguro había en el estímulo y en la exigencia, en la disciplina y el desarrollo intelectual, en el amor que impulsa a la inteligencia y la pasión por lo bello, en el método más idóneo para que, ellas y todos los alumnos que nos destinaban cada año, desarrollaran lo mejor de sí mismos. Nos habíamos ido de las aulas contentos, si no satisfechos. Ay de aquellos alumnos que no pudieron despertar la pasión del color y la forma en el aula de Petri.

Ha cerrado sus claros ojos, ha cerrado la puerta, ha guardado la llave en algún lugar secreto de su desmemoria y se ha marchado calladamente en la profunda noche. En alguna estrella habrá quedado escrito su bello destino de madre y educadora, de artista callada alejada de la notoriedad. El fogonazo de luz y esplendor en que su cuerpo chico y su alma grande se han resumido en el crematorio, tendrá su doble parpadeo cada noche en el más brillante y solitario, en el más hermoso y más alto lucero.

«El amor prueba su profundidad en la despedida» y la negación que los amigos hacemos de lo definitivo de tu ausencia, Petri. Por eso, una y otra vez resonará en nuestra conciencia el verso de esperanza de Hernández: «Por los altos andamios de las flores/ pajareará tu alma colmenera/ de infatigables ceras y labores». Quizá algún día podamos conversar sobre aquella belleza que buscaban tus ojos y que aseguran que tiene su lugar más allá de las estrellas. Quizá un día abramos los ojos como tú y podamos decir por un instante: —«Esto era».

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