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Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Mansilla ha tenido a lo largo de la historia tantos nombres como prosperidad, para acabar ostentando el apellido mular que evoca el rango de sus mercados. Una muralla medieval circunda parte de su perímetro, pero no es la riqueza ni el número de monumentos su principal atractivo. Villa diseñada para el trueque, el laberinto de sus plazas porticadas conserva los nombres de los antiguos manejos. El jueves cumplió seis años el Museo Etnográfico, cuya colección ocupa el antiguo convento de San Agustín. Entonces resultó polémica su ubicación fuera de la capital, cuando es una de las escasísimas dotaciones de la Diputación que tiene sentido por estar donde está. Mansilla es su mayor acierto.

En realidad, después de todos los desastres imaginables, el convento sólo conservaba su portada y el esquinazo de la capilla de los Villafañe, que se usaron mientras hubo afición como juego de pelota. Antes había sido matadero municipal y el recinto renacentista de Juan de Badajoz albergaba el alboroto de los cochinos ante el sacrificio. Incluso la vistosa cornisa de la capilla se arrancó para decorar el viejo depósito de agua, ahora inservible. Tampoco ha sido reluciente la historia de los fondos -¡magníficos!- que ahora muestra este estupendo museo. Porque conviene decirlo cuanto antes: tanto el recinto como el discurso expositivo se atienen escrupulosamente a su función, sin esas interferencias tan frecuentes como molestas que suelen plantear los caprichos arquitectónicos y las extravagancias museográficas. En este caso, hay que aplaudirles la discreción, que tan grato hace su recorrido.

El origen de la colección expuesta -que supone apenas una quinta parte de los fondos- está en una donación del médico arqueólogo Julio Carro, el mismo que había defendido por escrito el parentesco maragato de Jesucristo. Aquel núcleo, que era poca cosa, estuvo expuesto en el edificio Fierro durante un par de décadas, y se fue enriqueciendo con adquisiciones hechas a veces con buen criterio y orientadas a integrar un museo que carecía de sede. La colección se reparte en tres plantas que arropan un patio acristalado y con restos del pavimento original. En la baja se suceden la agricultura y sus aperos, la casa y sus utensilios, la arquitectura tradicional y los medios de transporte. Más arriba, el laboreo y distribución de los productos: los oficios tradicionales con sus instrumentos; los alimentos; los textiles; los barros; el hierro y la madera; el pastoreo, la caza y la pesca. En la segunda, la organización del concejo; la indumentaria y joyería tradicional; la religiosidad y medicina populares; los juegos, las fiestas y el arte popular. La capilla exhibe una muestra conmemorativa del bicentenario de la provincia.