Por saturación

Paradoja de las paradojas, ironía entre ironías, el pleno control y la plena desinformación ha llegado a nuestros hogares... a cuenta del efectivísimo método de la saturación. No ha hecho falta trinche de cables, ni pase de marchas militares por radio, ni recorte de imágenes deshonestas o sediciosas: la censura de tijera, rombo y prohibitivo trazo rojo es método antediluviano y actualmente inaplicable. En nuestros días ha sido mucho más fácil y práctico abrir compuertas hasta que pegue el tope, bujero ancho, venga chorrazo de datos, velahí va, y el pueblo no avisado acaba en gran parte arrastrado por la riada planetaria de Internet, maremágnum de información donde a muchos les resulta casi imposible orientarse o avistar tierra firme, o asirse a madero seguro.

Las nuevas tecnologías pueden convertirse en trampa letal que agarra, engancha y enfanga, todo eso que en principio se vende como facilidad en la comunicación y estar más cerca los unos de los otros puede hacer —y pasa mucho— que el paisano se recluya en casa como eremita asocial colgado del teclado y el ratón, yonqui cibernético potencialmente conectado a todos... y por lo tanto, a nadie. Pierde amistades, olvida hábitos, descuida aficiones, miles de amigos falsos y ni un solo chato de vino verdadero. Los móviles de ultimísima generación son también para las abotargadas masas cepo infalible que ya lo hubiera querido el emperador Jerjes: cada súbdito controlado, numerado, nombrado y caracterizado mientras recibe vídeos de gatos cantarines y de monos fumadores.

Adicciones, modas o requisitos sociales que regalan morteradas de euros a unas compañías cada vez más monstruosas y que atan de pies y manos a las gentes de bien; las confunden de tal manera con tarifas y promociones —para conocer un poco el cotarro sería necesario cursar máster en Harvard— que el campo queda expedito a mil abusos y estafas. Párense un rato, cóime, y pregúntense: ¿De verdad necesito todo este cableado? Porque si no es así, escojan, prioricen, cierren aplicaciones y no se dejen embarullar por esta banda de sacaúntos.

Y prueben, de vez en cuando, a salir de casa sin móvil.

El placer es indescriptible.