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Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Además de anglicismos como «mockdocumentary», la Operación Palace nos ha enseñado otras cosas. A, por ejemplo, asomarse a los medios con sentido crítico: «hay muchas portadas de periódico que en la contraportada no te dicen que es falso», como aseguró el propio Évole. Pero la que más duele es la de comprobar el carácter retroactivo al que ha llegado la degradación de la práctica política: ya ni los venerados e intocables padres de la Transición se salvan de la hoguera.

Los que nos tragamos el cuento aceptamos sin pestañear su participación en la farsa que nos estaban contando sin cuestionar, no ya la lógica, sino la desvergüenza del asunto. A estas alturas de la película cualquier canallada nos parece factible. Una operación tan circense como ésta no sería la más terrible de las que realmente hemos sufrido en los últimos años.

El falso documental me pareció un trabajo ingenioso, gamberro y atrevido que puso una nota heterodoxa en el vomitivo panorama de la televisión. No todo el mundo, claro, tiene la misma opinión. Entre los críticos hay dos grupos: el de los ofendidos solemnes, que custodian un listado de temas sagrados sobre los que no se puede hacer humor, y el de los cabreados pardillos, muy enojados consigo mismo por haber picado el ocurrente anzuelo.

El programa es deudor de propuestas ya históricas como la de Orson Welles sobre la invasión alienígena o el documental de Kubrick rodando en estudio las imágenes del primer aterrizaje humano en la luna. Pero nadie se ha acordado del Jordi Évole berciano, creador de algunas de las mejores falsas historias que se han desarrollado a este lado de la provincia.

A medidos de los setenta se publicó en el desaparecido semanario Aquiana la primera parte de un reportaje titulado Historia de la región berciana durante su independencia . Lo firmaba un inquieto joven llamado César Gavela y en él se contaba con detalle cómo al final de la II Guerra Mundial las potencias aliadas pactaron con Franco la conversión del Bierzo en una zona libre internacional.

La segunda parte no se publicó. O quizá no llegó a escribirse. Nunca sabremos cómo acabó aquello. Pero César la cogió gusto a las historias apócrifas y algunos de los personajes salidos de su imaginación y aparecidos en diferentes publicaciones llegaron a generar, a la microscópica escala local, un revuelo similar al de Évole. Sé de uno que anda todavía hoy buscando a aquel multimillonario fornelo que había dejado toda su fortuna al Santuario de Trascastro.

César hace literatura, no historia. Évole hizo espectáculo televisivo, no periodismo. Y, en ambos casos, estoy convencido, como Verstrynge al final de Operación Palace , que lo contado «era falso, pero no totalmente falso…».