TRIBUNA
Sociedad individualista y sentido de comunidad
Ami modo de ver existen actualmente muchos signos que nos dibujan un medio social en el que se prima el individualismo y se pierde el sentimiento de comunidad.
Los medios tecnológicos hacen que cada vez la relación cara a cara se vaya perdiendo. El diálogo y la comunicación con los otros pierden valor. Podemos pasear por nuestras calles y ver a muchas personas con auriculares en sus orejas, ajenas al resto de lo que pasa a su alrededor. Eso es hasta el punto que cuando quieres comunicar con ellos para devolverles algo que se les ha podido caer, no es fácil que te puedan oír. Viven en su mundo ajenos a lo que pueda suceder a su lado.
Internet y las redes sociales van cambiando el mundo. La visión en sentido geográfico se hace más extensa y podemos hablar con personas que se encuentran muy lejos en kilómetros. Sin embargo también creo que por otra parte esa visión se ha vuelto socialmente más reducida en cuanto nos hace desconocer la realidad más cercana, la de nuestro vecindario, la de nuestro barrio. Nos empobrece por cuanto elegimos los interlocutores, que vienen a coincidir con nuestro modo de pensar y así se hace complicado compartir puntos de vista distintos, incluso intercambiar pareceres.
El propio desarrollo social favorece que cada vez se den conductas más individuales en los juegos. Muchas veces los niños y los jóvenes establecen más lazos de relación con sus máquinas y aparatos electrónicos que con sus compañeros. A diferencia de lo que sucedía en otras generaciones, se da en mucha menor medida el juego de grupo con otros compañeros. Ese juego tenía componentes de socialización en la cultura del esfuerzo. Hoy cuando vemos niños reunidos, no forman grupo sino que son individuos que están unos al lado de los otros. No hay juego social (al escondite, a pica, a policías y ladrones, a las canicas...). No, hoy nos encontramos con niños y jóvenes que juegan de modo individual con su ordenador. Esto supone también una crisis de los ideales sociales, que parecen haber quedado para otra época.
Un reportaje de Laura Spinney que se publica este mes en National Gheographic bajo el título de El Karma de la multitud nos ayuda a reflexionar. Nos describe el Kumbh Mela, el mayor festival religioso del mundo que se celebra en la India. En el mismo en un sólo día se bañan en Allahabad más de siete millones de personas, algo que es posible por cuanto «cada uno trasmite fuerza al otro». De esa multitud emana energía y da sentido a lo que el sociólogo E. Durkheim denominaba «efervescencia colectiva». Así la autora pone en cuestión «la idea (muy presente en el pensamiento occidental) de que cuando las personas se integran en un grupo, renuncian a la identidad individual, así como a la capacidad de razonar y comportarse moralmente, cualidades que nos distinguen como humanos». Por el contrario tomando las palabras del psicólogo Stephen Reicher «la pertenencia a un colectivo es crucial para la sociedad. Nos ayuda a forjar nuestras relaciones con los demás e incluso a determinar nuestro bienestar físico».
Se ha considerado que el sentimiento de pertenecer a una colectividad puede tener efectos beneficiosos para la salud en base a la identidad compartida. Hopkins. de la Universidad de Dundee, dice que ese efecto beneficioso se basa en que «piensas en función del ‘nosotros’ y no del ‘yo’ lo que incide en la relación con los demás. El cambio fundamental estriba en que uno deja de percibir a las personas como seres ajenos para verlas de manera más íntima».
Las consecuencias se dan también a nivel de salud. Así cuando se constata que la esperanza de vida en Estados Unidos no avanza al mismo ritmo que en otros países, la epidemióloga social Lisa Berkman lo achaca a que «hemos perdido de vista que somos animales sociales». Se ha perdido ese espíritu de colaboración que se daba en nuestros pueblos y se sigue dando en países menos desarrollados. Es el espíritu que da y se recibe apoyo y la gente es capaz de conseguir mucho mejor sus objetivos de lo haría nunca en solitario. Ello, nos dice Spinney, «engendra emociones positivas que nos vuelven no sólo más fuertes ante las dificultades, sino también más saludables».
En León ejemplo claro de ese espíritu de colaboración son las facenderas o también los concejos. A la vez hay que hacer notar que son costumbres que se van perdiendo. También ha ido perdiendo peso específico los valores religiosos donde había una cultura de formentar la colaboración e identidad social. De hecho esa gran aglomeración que se produce en la India se fundamenta en valores religiosos.
En definitiva tenemos una sociedad que camina cada vez más hacia el individualismo pero a la vez hay estudios que nos advierten de los graves peligros que esta forma de actuar encierra incluso a nivel de salud. Nuestro reto será aprovechar los aspectos positivos que nos deparan las nuevas tecnologías sin que ello nos lleve aislarnos socialmente y con ello perder calidad de vida.