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Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

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El acordeón es un instrumento de profundas raíces literarias. Pío Baroja, un buen ejemplo. En el Elogio sentimental del acordeón , un capítulo de Paradox, rey, Silvestre Paradox, uno de sus más curiosos personajes, ha emprendido viaje a África. En el barco un grumete toca el acordeón y el escritor aprovecha el momento para recordar esas «melodías lentas, conocidas y vulgares» que él ha oído «algún domingo, al caer de la tarde, en cualquier puertecillo abandonado del Cantábrico». Seguro que si Baroja hubiese caminado tierra adentro, hasta León en concreto, hubiese escuchado este instrumento tan leonés alegrando la vida dura de nuestros paisanos, especialmente montañeses, de aquellos tiempos. El acordeón «es una voz —escribe— que dice algo que no es extraordinario ni grande, sino pequeño y vulgar, como los trabajos y dolores cotidianos de la existencia». Y añade: el acordeón dice «de la vida lo que quizá la vida es en realidad: una monotonía vulgar, monótona, ramplona, ante el horizonte ilimitado».

Me recuerdo de este verdadero poema en prosa, que no otra cosa pienso que sea, amalgamadas ternura y amargura, cada vez que paseo la ciudad, con no pocos acordeones llenando calles y rincones con la música del sentimiento que, en este caso, proviene mayoritariamente de los países del Este —¿acaso por su origen polaco, según cuentan?—. De la tradición popular la mayoría de las veces, del virtuosismo en otros casos, los menos. No es de extrañar lo que escribe Cela en Mazurca para dos muertos: «El acordeón es un instrumento sentimental y sufre cuando se le lleva la contraria». De ahí el entusiasmo que le provoca, hasta escribir en la misma novela: «Si supiera tocar el acordeón me pasaría las mañanas y las tardes y las noches, vamos, me pasaría la vida entera tocando el acordeón».

Nacido prácticamente con el siglo XIX, relativamente joven por tanto, dicen los entendidos que su disposición inicial permitía un aprendizaje sencillo y un uso fácil en la música popular. Quizá sea esta la razón por la que hasta hace apenas unas décadas la presencia del acordeón era familiar en muchos de nuestros pueblos como instrumento popular, al margen de la pandereta. «El del acordeón» se convirtió en referencia inevitable, como el herrero o el molinero, en el desarrollo de la vida común. Él era quien amenizaba los momentos festivos, y los solemnes con frecuencia, de la vecindad. Documentos tanto escritos como gráficos avalan esta presencia. Los nuevos tiempos impusieron, como en tantas otras ocasiones, su pérdida. Es verdad que hay hoy cierta recuperación, especialmente con la magnífica «Orquesta Leonesa de Acordeones», y con el sonido cercano de «El Ruso», ese excelente intérprete que resulta ya imprescindible en nuestro paisaje urbano, en un momento, además, en que muchos géneros musicales utilizan como base el acordeón. Bendito sea.