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León

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Se veía venir que la ira terminaría proyectada en la pared; tanta carga ideológica en los textos de conocimiento del medio de primaria, tanta doctrina y tanto credo e ilustraciones, y mensajes directos al subconsciente sobre el progreso de la casa del tío Vicente, qué habrá qué habrá, que al final la rebelión juvenil prende en los muros de la ciudad: Perea el que lo lea, espetaron ahí, en pleno centro, los chavales que un mediodía salieron churruscados de la lección sobre la estructura política y el reparto de la riqueza que amplía a ciencias sociales el horario que antes se dedicaba a educación para la ciudadanía; todo junto, sin recreo. Cuidado con las pintadas, que son la mecha de toda revolución. Lo mismo le atizan al tal Perea, junto al panel en el que Ataulfo llamó a las armas contra el clericalismo con aquel legendario alegato de curas y monjas a trabajar, que podían invocar a Napoleón en el argumento de que la religión es lo único que impide que los pobres asesinen a los ricos. El rincón elegido para darle la patada al sistema es la zona cero de la subversión. No es lo mismo calzarle una ostia a los privilegiados junto a Torres de Omaña que pintarrajear la Pícara y la trasera del Palacio de Deportes, o tintar de rojo las escaleras de Ramón y Cajal, porque el público no llega igual al mensaje; o no lo interioriza. Hay que ponerse en la piel de un muchacho desatinado tras una sesión sobre el origen del mundo en el Duero y los indicios de que Cristo pudo ser crucificado en Villalar y entender su necesidad de dar cauce a la furia. El ripio hubiera resultado redondo si el aludido apellidara Montoya, o viniera de Logroño, como aquel alusivo a la talla 38 que presidió durante un par de semanas la entrada de una tienda prêt-à-porter de Ordoño II. Con algo hay que empezar. La realidad se digiere mejor masticada, la realidad de la vida, que de amarga abre el apetito, que también es una pintada. Imaginen las consecuencias si los chavales aloriados tras la lluvia fina de los dogmas de conocimiento del medio se tiran al cuello del negocio y pintan liberqué?, igualiquién? fraternicuándo?, desengañados ya de la frustración que se van a encontrar cuando lleguen a la mayoría de edad en un lugar que a parte de canchas de pádel no tiene ni una mísera estructura con la que enjugar la rabia. En las paredes de León se lee hoy la letra pequeña del contrato con el futuro; los titulares de los periódicos de mañana. O sea, nada.