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Publicado por
antonio manilla
León

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El guasaperas es un guapo de gimnasio con conexión permanente a esa plaza de pueblo o portería somnolienta y templada donde se cuecen todos los rumores, que son tanto la antesala del infundio como de la noticia, que han venido a llamarse las redes sociales. Con un movimiento de su muñeca tiene controlado todo el entorno virtual, como el suricato cuando mueve el cuello hacia los lados en mitad de la sabana, con los primeros rayos de sol alzándose sobre el horizonte de los documentales de la 2. Igual que si trabajase en ACS, ya saben, amigos, conocidos y saludados. Nada se le escapa y está al instante al tanto de que el alcalde de León ha negociado otro préstamo salvífico, del presunto dopaje de nuestro berroqueño maratoniano, de los edificios que Amancio ha comprado para Zara por el mundo. Suena el aviso chisgarabís de una nueva entrada en su móvil y ya está pulgares en alto como un pistolero impaciente que desgrana frenético las cuentas de un rosario de palabras abreviadas mientras se abstrae de los alrededores, desmayándose por un instante del universo. Ya puede pasar al lado, no sé, Isabel Carrasco, que él ni se inmuta.

La guasaperas es una guapa de peluquería agarrada a una funda con remaches de Swarovski y enchufada sin recreos a esa tertulia de corazones maltrechos en que, sin que la ciencia haya sido capaz de encontrar el motivo, termina desembocando tantas veces cualquier charla común entre amigas. Sin pastas ni café que lo sustenten, desfilan ante sus ojos verdulerías y noticias de todo el ancho mundo. Antes que nadie, en un tuit, tiene ante sí la imagen de la mujer de Obama muerta de celos, el nuevo bolero de Los Quijano, el último modelito de taparrabos que ha lucido la artista antes conocida como Hannah Montana. Chifla la polisinfonía campanuda de su juguete preferido y al segundo ella alimenta y da pábulo, recrece y multiplica el impar acontecimiento, añadiéndole tal vez unas líneas de su puño escritas con economía de epigrama latino y aspiración de eternidad, tan concentrada en esa obra literaria que se disocia del medio urbano. Pasa a su vera, no sé, la olímpica espalda de Manolo Martínez ocultando el sol y ni se entera.

Son gente guapa y los pioneros de ese nuevo y alegre trastorno del Whatsapp.