AL TRASLUZ
Los antimodales
Muchos nos hemos quedado sobrecogidos con la agresión a un árbitro de dieciséis años. Por supuesto, sobrecogimiento similar nos habría embargado si la víctima llega a tener treinta, pero dicha edad aporta aún mayor vileza a la agresión. Pero cuidado con las hipocresías. ¿Pegar a un árbitro es inadmisible pero no lo es insultarlo? Grotesca paradoja. Cada país tiene sus antimodales y España tiene los suyos. Perversiones del civismo, admitidas cuando no ensalzadas. Ambas acciones, insultar y/o golpear, son igualmente embestidas a la dignidad de la persona. Toda violencia física suele venir precedida de un insulto. Algo similar puede decirse de ciertos comportamientos al volante. La violencia verbal y gestual entre conductores es otra muestra más de dichos antimodales, como la blasfemia, desdeñar por sistema al funcionario, despreciar sin distinciones a los políticos, creer que todo artista es un vago... La lista completa no cabe en esta columna. Hay quien para acortar lo llama odio.
Agredir a un árbitro, con los puños o con improperios, no puede ser achacado a la crispación por la crisis. Está en nuestra anticultura, como el desdén hacia las papeleras, el que le moleste el humo de mi puro que se fastidie, u orinar en la calle cada noche de parranda. No estoy abogando por levantar el meñique al tomar el café, pero en este país falta refinamiento. O sea, educación. La normalita. El energúmeno español no escribe la historia pero la ha protagonizado ya en demasiadas ocasiones, con su estallidos —verbales o físicos—, con su rabia animalesca y el desprecio hacia toda forma de humildad.
Cuando mi hijo jugaba al baloncesto en las escuelas municipales, siendo muy pequeño, ni siquiera se les decía al final qué equipo había ganado. Todo era juego, complicidad, sana diversión. Felipe, su entrenador, tenía un profundo conocimiento de la psicología de los niños, posiblemente por tenerla también de la de los padres. Por Dios, ¿quién puede no ya golpear a un árbitro de dieciséis años, siquiera insultarlo? Sólo aquel que habita en una caverna de resentimientos. Por fortuna, el deporte es uno de esos escasos territorios donde el rival es además tu amigo. Pese a los energúmenos y sus antimodales.