Diario de León
León

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Conozco un árbitro que ya pasó a la reserva activa que siempre insiste en que los padres no somos conscientes de que en el deporte base todos, pero todos los que están sobre el campo están aprendiendo. Si un niño falla un gol a medio metro de la portería, el joven árbitro con más razón puede equivocarse. Los que ganan cifras de muchos ceros lanzan penaltis a las nubes y los árbitros que pitan partidos que se ven por la tele en todo el Planeta también se equivocan.

Pero el problema no está tanto en los errores que comete un chaval de 16 años con un silbato como en el deseo de emplear cualquier tipo de arma para ganar. El ejemplo del fútbol mediático no ha sido nada bueno pero en realidad existe mucha malicia cuando se presiona e incluso insulta a un niño que dirige un partido porque, en demasiadas ocasiones, lo que se busca por parte de padres e incluso entrenadores es amedrentarle para condicionar sus decisiones.

Lo ocurrido este sábado en un campo de fútbol leonés —da lo mismo el club, la categoría o cualquier otra etiqueta— es la gota que colma el vaso de una temporada en la que, lamentablemente, se han convertido en habituales los incidentes cada fin de semana. Al que esto escribe le tocó presenciar hace unos meses cómo un padre pegaba un puñetazo a otro por una discusión durante un partido. El caso no fue a más porque el agredido, en un acto de generosidad, optó por no complicarle la vida al que bien rodeado por otros padres —un aspecto importante— se creyó capacitado para decidir quién podía hablar y qué debía decir ese día.

El que peor lo pasó fue el joven árbitro que dirigía el partido —da lo mismo cuál y dónde—. La soledad y sensación de impotencia que sufren esos chavales —sin los que no habría cada fin de semana decenas de partidos— es indescriptible. Hay campos que son auténticos cadalsos porque se aplica lo del «todo vale» para conseguir la victoria. Y presionar al árbitro es una baza demasiado tentadora.

El problema es que sobre el césped están unos niños a los que durante seis días a la semana en las familias se les intenta —presumiblemente— inculcar unos valores. Pero el séptimo día se acaban las palabras y viene la ejemplarizante actuación. Hace tiempo que circula una viñeta donde se ve a dos niños futbolistas que observan como se pegan dos adultos y uno le dice al otro algo así como «yo vengo por él para que se desahogue»...

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