EL RINCÓN
Sin ira y sin melancolía
Escucho a los estudiantes decir que esto es una dictadura, y mi memoria me lleva a la calle Alfonso, en Zaragoza, al porrazo que acabo de recibir, a mi susto, porque voy a recibir otro, y mi ruego «no me pegues», que debió conmover al policía, porque dio media vuelta y se marchó.
Escucho las voces un tanto atipladas de los estudiantes de ahora —¿así eran nuestras voces?— definiendo nuestra sociedad como una dictadura y compruebo, una vez más, que las experiencias no pueden heredarse, que siempre fueron y son personales, y que la idea que tienen estos chicos de la dictadura es un concepto entre literario e histórico, porque no han tenido ningún amigo que les hablara de «la bañera», un sistema nada sofisticado de interrogatorio, donde en un balde lleno de orines y excrementos, al interrogado se le inclinaba la cabeza hacia el recipiente, y se le llenaba la cara de la porquería ajena y de los vómitos propios, porque la situación produce náuseas que no tardan en cristalizarse. Pecata minuta. Los que lo pasaban mal eran los del partido comunista y compañeros de viaje, porque a esos les caían años de cárcel e incluso penas de muerte. La dictadura.
Escucho a los estudiantes definir nuestro Estado de Derecho como una dictadura, y miro hacia atrás, sin ira y sin melancolía, aquellos días en que unos pocos «contra Franco vivíamos mejor» y otros a los que se les hundió la vida, porque les despacharon del trabajo, les obsequiaron con «hábiles interrogatorios», y, algunos, sin méritos, se auparon sobre el esfuerzo ajeno, autotejiéndose una leyenda, porque aquí, a partir de 1977, como en Francia tras la llegada de De Gaulle, todos estuvimos en la «Resistence».
Los europeos que, a finales de del decenio de los treinta, escuchaban a los veteranos de la Gran Guerra hablar de sus experiencias, comprobaron en las trincheras de la II Guerra Mundial que la idea que tenían de un conflicto bélico distaba muchísimo de la realidad.
Oigo a estas chicas y estos chicos gritar contra la dictadura, y espero, y deseo, que nunca, jamás, sufran en sus carnes y en sus hoy ignorantes cerebros, los efectos de una dictadura.