Diario de León
León

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Sonó el teléfono, era el gran fotógrafo catalán Paco Bedmar. Dado que esta vez no empezó su conversación con una broma sobre nuestras discrepancias futbolísticas, barrunté que llamaba para dar una mala noticia. Así fue. «Ha muerto Subirachs», susurró con tristeza. Bedmar expuso en León, en 2002, una muestra fotográfica en la que puso a dialogar los rostros de las esculturas de La Virgen del Camino con las La Sagrada Familia. El propio Subirachs dejó bocetos y vino a inaugurarla. Le acompañamos a reencontrarse con aquella obra de juventud, que inicialmente produjo recelos entre muchos leoneses y enseguida se convirtió en seña de identidad. Un gran artista y una gran persona, don Josep María. Seguro de sí, pero no altivo. Profundo y culto, sin clichés de medio pelo. Accesible, sin caer en lo mundano. Nos habíamos conocido años antes, en Barcelona. En aquella primera ocasión, sacó del bolsillo de su chaqueta un recorte del periódico, una carta al director en la que alguien afirmaba: «lo mejor que le puede pasar a Barcelona es que al señor Subirachs le atropelle un tranvía, como a Gaudí». No se mostró dolido sino perplejo, como si acabase de acceder a un inesperado más difícil todavía, a un triple mortal de lo rastrero. En 1990, un sector del mundo de la cultura había promovido una manifestación contra su trabajo en La Sagrada Familia. Cómo si crear no fuese ya un duelo entre el artista y sí mismo.

¿Habría sido mejor que La Sagrada Familia quedase como estaba cuando murió Gaudí, sin más nuevas actuaciones que el mantenimiento? No, a mi entender. No estamos ante mera arquitectura. La construyen y se construye, tiene misión. Esta viva. Subirachs fue el artista —agnóstico— adecuado para tal epopeya estética. Trabajó con libertad y, a la vez, sin traicionar el encargo.

Las opiniones son legítimas, pero no todas tienen el mismo peso. La mía es una más: el futuro nos agradecerá haber confiado en la figuración rotunda pero sutil de Subirachs. También hay quienes hubieran preferido, aunque no lo desvelen a las claras, un Gaudí hereje, seguidor de vanguardias secretas, profeta del malditismo... y no un buscador de santidad. Son quienes ignoran que las basílicas saben cuidarse solas.

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