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León

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Una constelación de sentimientos, recuerdos y nostalgias, que reverdece cada año, ilumina las miradas con su luz. El sonido de las campanas parroquiales y la resonancia de los bronces que proviene de la espadaña del cercano monasterio de religiosas benedictinas de Santa María de Carbajal, devienen en mensaje emocional, acaso inefable. Por la puerta del santuario románico, alzado a la vera del milenario Camino Francés, accede a la otrora calle de la Frenería la sacratísima imagen de Santa María del Camino, la Antigua. Hoy es quinto viernes de cuaresma. Hoy es Viernes de Dolores. Son las ocho de la tarde.

De este modo, pues, inicia su andadura por esta antigua corte de reyes, que un día fue cabeza de un imperio y hoy es Cuna del Parlamentarismo, esta Virgen de rogativas, que acoge y recoge en los pliegues de su manto oraciones, peticiones, súplicas y ruegos. Durante el itinerario que recorre, perfilado y definido por los tórculos de la tradición, la Corporación municipal, con el alcalde de León a la cabeza, porta la sagrada imagen en la calle Ancha, durante doscientos metros, aproximadamente. Y en el transcurso de ese trayecto se llevan a término tres estaciones, cuyos escenarios, por orden de prelación, son el citado Monasterio de Santa María de Carbajal, la capilla neorrománica del Cristo de la Victoria, y la plaza de Santo Domingo. Y de la misma forma que el metal de las pasiones encuentra templanza y pulimento en el yunque de la penitencia, en esos tres lugares, la plegaria cantada se torna, quizás más que nunca, expresión renovada de fervor y devoción, de queja y esperanza, de debilidad humana y gratitud serena, sincera y necesaria.

En el orden del día de la Semana Santa de León, desde tiempos inmemoriales, la conmemoración pasional del Misterio Pascual del Verbo comienza así. Y como el ser humano es una suma de vientos encontrados, para entonces, lo mismo que crece el barro en manos del alfarero, en la fragua encendida de la intimidad crecen las celestes claridades de la fe, su fuerza vigorosa, su extensión inmedible, su versión subjetiva, enraizadas todas ellas en el alma popular legionense generación tras generación. Por eso, precisamente, esta procesión es la procesión del pueblo de León.

Se ha dicho que sólo se cree cuando se reza, cuando se mira a la cruz con los ojos del redimido. Cuando se pide con humildad, sin exigencias, también se cree. Asimismo, se ha dicho que el dolor, además del daño físico que acarrea, menoscaba el espíritu. Si fijamos la atención en esta Virgen de los Dolores, en esta Virgen del Mercado, como es conocida popularmente, observaremos que lleva impreso en su semblante el arancel de ese tormento, un tributo que tiene origen en la interioridad de su alma traspasada por la espada que anuncia el evangelista Lucas, (2, 36), «para que salgan los pensamientos del fondo de muchos corazones».

Esta Santa María del Camino, la Antigua, que, al pie de la cruz, sostiene al Hijo muerto en su regazo, tiene las pupilas veladas por el llanto. Alumbra su rostro el ceniciento resplandor de la tristeza. Y abrumada como está por el sufrimiento, observa compungida el drama que a sus ojos se ofrece. Y, sin embargo, en su gesto se vislumbran, en idénticas proporciones, los signos claros y reveladores de la obediencia, la resignación y la entereza. Manifiestamente, esta Mater Dolorosa, anónima, sedente, datada en los principios del siglo XV, es síntesis iconográfica de las bienaventuranzas.

Si el cortejo penitencial de esta Dolorosa del Mercado está impregnado de austeridad y sobriedad, que son las claves sustantivas de la Semana Santa de León, el amor que esta antigua capital del Viejo Reino ha sentido siempre por esta sacratísima imagen queda constatado en un hecho relevante. Esta tarde, esta Virgen del Mercado lucirá el manto donado en 1964, hace, pues, cincuenta años, por el matrimonio formado por Vicente Zorita Martínez y Carmen G. Ponce de León y Pachón, y confeccionado por las Descalzas Clarisas, en el Monasterio de la Santa Cruz, sito en la antigua calle de la Canóniga Vieja, ahora Cardenal Landázuri.

Ciertamente, la devoción que inspira la Antigua del Camino al pueblo leonés está fuera de toda duda. Lo acreditan también las siguientes afirmaciones de José González, quien fue arcipreste de la S. I. Catedral de León. Están tomadas de su obra La Virgen del Camino de León , (pg. 20 y 21), editada en 1925. Y son éstas: «Era, a principios del siglo XVI, la imagen del Camino de León, la imagen más querida del pueblo leonés; y aún hoy, a través de los tiempos, las Novenas de Dolores en la parroquia del Mercado son tan concurridas, tan fervorosas, que las gentes sencillas, los pobres sobre todo, no se olvidan de tener en sus casas estampas de la bendita imagen, a la que invocan en sus penas, en sus necesidades».

Hoy, a las ocho de la tarde, rodeada de devotas con una vela en la mano, y escoltada por un piquete de la Policía Municipal de Gala, un hecho este último que comenzó en 1989 y del que, por tanto, se cumple ahora el vigésimo quinto aniversario, esta Santa María del Camino, la Antigua, inicia su andadura anual por las calles y plazas legionenses. Es una lámina piadosa que se reproduce con puntualidad de siglos.

Por eso, nada tiene de extraño que cada quinto viernes de cuaresma, cada Viernes de Dolores, «la iglesia parroquial de Nuestra Señora, La Antigua, comúnmente del Mercado», tal como la cita el Marqués de Fuente Oyuelo en Las Políticas Ceremonias , (capítulo 34), se convierta en punto de referencia y en lugar de encuentro y convocatoria. Y es que como dije antes, en el orden del día de la Semana Santa de León, desde tiempos inmemoriales, la conmemoración pasional del Misterio Pascual del Verbo comienza así.

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