EDITORIAL
Rigor en las cuentas sí, pero con racionalidad
La ministra de Fomento tiene el mérito de haber puesto orden en un departamento en el que se habían acumulado facturas y proyectos inasumibles por un valor milmillonario. Eso no se lo puede negar nadie. Y tampoco que ha logrado que, en una etapa con unos rigores presupuestarios máximos, se hayan mantenido las licitaciones en muchas obras públicas. Pero eso no le da vía libre para realizar declaraciones en las que se roza la tomadura de pelo.
Cuando son muchos los proyectos que siguen en el aire o incluso que han quedado sesgados de una manera drástica no es de recibo presumir de beneficios. El fin último del Ministerio de Fomento queda claro en su nombre. No se trata de una compañía que busque rentabilizar sus actuaciones o que persiga el reparto de dividendos. El Ministerio está para «fomentar» las infraestructuras del país. Esa es su única razón de ser. Y como tal tiene la obligación de aprovechar de la mejor manera posible unos recursos que son de todos, que obtiene de los impuestos o de la gestión de infraestructuras como puertos, aeropuertos o líneas férreas que también generan dinero gracias a los ciudadanos.
El control del gasto no es sólo una necesidad, es una obligación. Pero también el aprovechar los recursos de la mejor manera posible. Meter en vía muerta obras millonarias como la de Feve en León encaja mal con una gestión de la que se pueda presumir. Y si hay dinero no se entiende esa obsesión por generar imposibles como la llegada del AVE sin soterramiento.