CORNADA DE LOBO
Caña cañí
Tambores, trompetas, matracas, tararís y tararuses, truena el metal, trepida el parche, tementina para la oreja, se trepanan las nubes... y una tremolina trianera cierra el cortejo con tubas y trombones... manda la banda, manda la marcha mora de cornetas que atrianan unas calles que antes fueron de silencio penitente... viva Triana y olé, torre del Moro...
Procesiona la semana.
Procesión tras procesión.
Porrompompón.
Mística tucumana.
Gracias a las bandas paponas que plagian tararís andalusís se ha implantado incienso de azahar sevillí en estas calles de la helada para embriagarnos en la fe del tropel, del traje talar y de las turbas manolas... ya era hora de dejar de ser leoneses para parecerse a alguien con más salero... viva la copia y olé, vivan mis huevos.
Durante la tarde del lunes y hasta las doce de la noche me atropellaron la oreja los tararises de las doscientas procesiones, creo, que pasaron ese día cerca o al pie de la ventana tras la que escribo, doscientas, o me lo pareció por el ruido, cada cual con su banda y su repertorio... ah, oh, ah, ahí lucía lo sevillí, que es el canon, la fuente... esta Semana Santa suena ya a pasodoble de medio paso en desfile pasodoblado, qué bonito... y gachises enmanoladas... escuché en los prólogos de la tarde del Dainos músicas propias de cabalgata o estadio y hasta las marchas militares yankis con que desfilan los cadetes de Westpoint, ¡viva John Wayne sacramentado!... en los últimos años también se oyeron y blasfemamos... bueno, pues siguen... redobladas, dos cacetas... paso de oca pide el ganso.
La música de desfilar es militar y cree Sócrates que meterla en procesiones es como ponerle a un Cristo dos pistolas o un AK-47 (bueno, también llevan armas los militronchis que escoltan el paso)... es decir, desgañitan cornetas por respeto y adoración a un Jesús que, si había algo que le repateaba y aborrecía, era precisamente aquel club de judíos que iban al templo anunciándose con trompetas para ostentar más su religiosidad (o sea, ¡los putos fariseos!, reburdiaba san Pedro por lo bajo).
Pues en ello estamos... en la caña cañí.