LA VELETA
Tiempos raros
Hay una especie de norma no escrita que te lleva, en tal día como hoy, a hablar de vacaciones, de desplazamientos automovilísticos por millones, de contrastes entre quienes llenan hoteles y restaurantes y quienes no pueden ni salir de casa. Las vacaciones, sean de Semana Santa, verano o Navidad, evidencian la profunda desigualdad de esta sociedad nuestra. Incluyendo las muy dispares maneras de asueto entre algunos líderes europeos que nos visitan disfrazados como un turista más y los líderes caseros, que buscan otras exclusividades, aunque no quisiera, en esto, hacer demagogia barata: dejémoslo, pues, estar, que Cameron es Cameron, Merkel es Merkel y los diosecillos nacionales son nuestros particulares consentidos.
Más allá de todo eso, a mí, además, estas escapadas de cuatro días me hacen reflexionar sobre otras cuestiones: por ejemplo, que se han convertido en una especie de botella de oxígeno, un paréntesis entre la angustia prevacacional y la que llegará tras las breves jornadas de asueto.
Tengo para mí que las dunas de Doñana constituyen una especie de bálsamo, no sé si de Fierabrás, para el presidente del Gobierno que las recorre demoradamente, quizá pensando en que tiene que cavilar soluciones para problemas acuciantes, ponga usted Cataluña sin ir más lejos, que la Diada se acerca. Y así, cavilando en que hay que cavilar, se te pasan como un soplo los días entre el miércoles santo y el domingo de resurrección. Y después llega, de pronto, la campaña electoral de unas europeas que, en el fondo, se han convertido en un debate sobre las catalanas, como mucho. ¡Cuánto gustan a nuestros políticos las campañas, con el agitado ir y venir, la repetición de los insulsos mensajes, los disparos de sal gorda! Como estas jornadas festivas, las campañas sirven para no pensar en los verdaderos problemas, que quedan nuevamente aparcados. Pero eso, en fin, será el lunes, que ya estamos prácticamente cerrados por vacaciones...
También es ya casi una tradición personal desearle al jefe de Gobierno de turno que sus meditaciones sean fructíferas, porque de su acierto o desacierto van a depender muchas cosas, buenas o malas, en la vida de los ciudadanos. Que contemplamos, no sin cierta aprensión, estos paseos reflexivos playeros de quien tiene tanto poder que hasta se puede permitir no hacer nada y aguardar a que los problemas se pudran. O no... que diría el propio meditabundo, con su galaico gracejo.
Termino con otra costumbre: desear a quienes me lean unas felices mini-vacaciones, dentro de lo que cabe. A quienes puedan, claro está, disfrutarlas. Y, a quienes no, apenas me queda enviarles un mensaje especial de cariño: ¿quizá el año próximo, como nos vaticinan quienes sin duda reflexionan, desde las marismillas, en cómo incrementar nuestro bienestar?