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Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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Artur Mas ganaba las elecciones del 28 de noviembre de 2010 convocadas por Montilla, último presidente del Tripartito, con el 38,47% de los votos y 62 escaños de un total de 135. ERC obtuvo entonces 10 escaños. El primer gran error fue la anticipación electoral. Como es conocido, tras la aprobación el 27 de septiembre de 2012 de una moción parlamentaria en la que se pedía la celebración de un referéndum de autodeterminación, Mas disolvió la Cámara catalana y convocó elecciones, que se celebraron el 25 de noviembre de 2012, con el fin de obtener una mayoría mayor que le permitiera mayor libertad de movimientos. El resultado fue catastrófico para sus intereses: obtuvo el 30,70% de los votos y 50 diputados, es decir, ocho puntos y doce escaños menos que dos años antes. A partir de ahí, la estabilidad del Gobierno de Mas ha dependido de la voluntad de Esquerra, tanto por razones matemáticas como políticas.

El 23 de enero de 2013, el Parlament aprobaba una nueva declaración soberanista que sería anulada en su primera parte —la proclamación de la soberanía catalana— por el Tribunal Constitucional el pasado 25 de marzo, en una valiosa sentencia por unanimidad. En diciembre de 2013, Mas dio a conocer el texto de la doble pregunta del hipotético referéndum que en teoría debería celebrarse el 9 de noviembre de este año en curso. Y el pasado día 8 de marzo, tenía lugar la solemne sesión parlamentaria en la Cámara Baja que debía conocer y votar la petición del Parlamento catalán de recibir la competencia de convocatoria de referéndums, a la que no quiso asistir Artur Mas. Otro gravísimo error.

El acto parlamentario fue de una altura inesperada. Frente a los tres pobres emisarios de segundo nivel que plantearon la demanda en el Congreso de los Diputados, el Estado marcó su posición mayoritaria con aplomo y sobriedad, dando prevalencia a la idea de que el problema debe resolverse mediante el diálogo y la negociación. La ausencia de Artur Mas impidió que se aprovechara la ocasión para avanzar en este designio, que cada vez está siendo abrazado por un sector mayor de la sociedad y la política catalanas. Duran i Lleida, en un repliegue ideológico muy sensato, está portando esta bandera, aunque como es lógico deben ser los líderes institucionales quienes la abracen en el Principado.

En definitiva, ha sedimentado la idea de que el problema catalán debe resolverse mediante las terapias adecuadas. Se habla, y cada vez con más énfasis, de una reforma constitucional, de recuperación de las inercias fundacionales del sistema que distinguen entre ‘nacionalidades’ y ‘regiones’.

La espada de Damocles del referéndum convocado amenaza con frustrar esta creciente oportunidad que se plantea. Mas, encastillado, no tiene reflejos ni para percatarse de ello. CiU debe reaccionar y ponerse al frente de la Cataluña flexible e inteligente

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