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León

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No es por ser tiquismiquis, pero llamar a un movimiento ciudadano «30 años sin» se presta al equívoco, cuando no al chiste fácil. Demasiado minimalista y ambiguo. Quien más y quien menos todos llevamos tres décadas sin algo, incluso los veinteañeros. O sobre todo ellos. Fulano lleva ya treinta años sin pelo; Zutano, sin vergüenza; Mengano, sin dar un palo al agua; Merengano, compuesto y sin novia. Ejemplos de carencias no faltan. Hay que concretar más. Saldremos de dudas cuando los promotores de la iniciativa den a conocer más detenidamente su proyecto el 10 de mayo, durante la manifestación leonesista. No obstante, han adelantado ya que entre sus aspiraciones primordiales no figura pedir la separación de la autonomía, aunque no le hagan ascos, pues consideran que primero hay que saber de qué están descontentos los descontentos. Esa es la madre del cordero. El descontento haylo, no hay más que mirarse al espejo, pero ¿son todos iguales o parecidos? Los promotores de «30 años sin» quieren dilucidarlo mediante un sondeo de lo nuestro. Curiosamente, se definen de «apolíticos». Habrán querido decir que no tienen detrás de ellos a ningún partido, conocido o por conocer. Vamos, que no les paga el oro de Moscú, ni siquiera el de Las Médulas. Pero política, pura y dura, es lo que están haciendo. ¿Por qué negarlo? Bien ejercida es actividad legítima, recomendable e imprescindible. Otro cantar es confundir servicio con servirse. Según Alfonso Guerra, los apolíticos son de derechas. Puede ser, pero tampoco hay que ser tan rotundo. A uno les gusta la maja de Goya con y a otros sin. Lo importante es la pintura.

Una de las consecuencias colaterales de la crisis es el recelo del ciudadano hacia los partidos, no tanto hacia la política. ¿Sin razón? No, con muchas razones de peso. Aún así, jerarquicemos valías y conductas, pues hay claras diferencias. Tan malo es etiquetarlo todo con ideologías, sin dejar que corra el aire, como negar que vivir es tomar partido.

Los leoneses somos muy de «Ni contigo ni sin ti/ tienen mis males remedio/ contigo, porque me matas/ y sin ti, porque me muero». Gardel hiló más fino y aseguró en su inmortal tango que «veinte años no son nada». ¿Y treinta? Pues diez más.

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