LA GAVETA
Celso el joven
Celso López Gavela y su hermano José Ramón llegaron a Ponferrada en 1956. La ciudad del dólar recibió a dos abogados asturianos, de 31 y 29 años, que llevaban sombrero y que tenían un cierto aire francés. Vivían con mis padres en la avenida de España, allí también abrieron su primer bufete. Aquel tiempo de estar todos juntos solo duró un año, pero dejó recuerdos firmes, de un mundo luminoso y nuevo. Tío Pepe contaba cuentos de trenes, de lobos y pastores y se convertía en un columpio de músculo para sus dos sobrinos. Por su parte, tío Celso se ponía a gatas para que intentáramos subir a tan alta cumbre. Celso era cordial, cariñoso y paciente. Siempre lo fue y lo sigue siendo tantos años después.
Andando el tiempo mis dos tíos fueron las almas tutelares de casi todo mi bagaje, tanto en el plano moral como en otros ámbitos. Siempre que tengo dudas, pienso: ¿qué me diría tío Celso? Él ha sido el gran consejero de la familia, el hombre recto que quiso ser juez pero que no pudo lograrlo porque su condición de hijo de republicano pesaba mucho en la larga postguerra. Su ejecutoria sería la de un abogado cercano, mesurado, honesto y lector. También viajaba, cuando podía. Porque Celso ha vivido siempre con una sobriedad tan elegante como ejemplar.
Un día tuvo la oportunidad de ser juez de otra manera. Encabezó la candidatura socialista de Ponferrada –cuando todos en la familia estábamos convencidos de que iba a ser su hermano José Ramón el aspirante- y alcanzó la alcaldía de un modo muy ajustado. Una estrechez que él pronto fue ampliando, primero en la confianza ciudadana y luego con grandes mayorías en las urnas. Entre 1979 y 1995 fue el primer regidor de Ponferrada. De todo este tiempo, largo y fecundo, yo resaltaría su emoción en la fecha en que fue elegido alcalde, siendo su rival curiosamente, un primo político, el también abogado Luis Soto, de la UCD. Aquella emoción tenía muchos significados. Uno de ellos, sin duda, la memoria de su padre, don Higinio, paradigma de la discreción, la independencia, la ironía y la ética.
Hubo un tiempo en que gentes de mal hicieron correr un gravísimo infundio: que mi tío tenía propiedades en Portugal. Una falacia de la que él se reía. Hoy nadie se cree tamaña falsedad, orquestada por empresarios ladrones que no lograron imponer sus infamias en el consistorio ponferradino.
Desde que dejó su cargo, Celso lleva una vida pacífica y remembrante en su casa del Plantío. Hace años un ictus disminuyó su movilidad, pero su mente sigue como cuando llegó a la Ciudad del Dólar, tímido y observador, enamoradizo y noble. Continúa en la vida y sus misterios, en sus lecturas y observando el mundo desde la ventana. Celso López Gavela está muy atento a lo mucho que ha cambiado la ciudad. A la vez, él nunca ha cambiado en lo que más importa: en su vida honesta y libre, solidaria e intensa.